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martes, 5 de septiembre de 2017

CUANDO CAYERON LOS ÁNGELES. LA TRAGEDIA DE LAS AZORES

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CUANDO CAYERON LOS ÁNGELES.
LA TRAGEDIA DE LAS AZORES

Prof. César Eduardo Martínez Vaamonde.

Estamos en la madrugada del 3 de septiembre de 1976… en las islas Azores.
Las azores son un grupo de nueve pequeñas islas en medio del océano Atlántico. Algunos creen que son las puntas de las montañas del mítico continente de la Atlántida que supuestamente se hundió en el mar hace miles de años.
Lo cierto es que están habitadas por portugueses desde el siglo XV. Ya son un poco más de 150.000 almas que habitan las islas. Los constantes huracanes que las azotan no han sido impedimento para que allí la gente viva, trabaje y lleve una vida normal.
El cura Francisco Dolores, del pequeño pueblito de Angra do Heroismo ya se ha ido a la cama desde hace rato. Los huracanes Emma y Frances están todavía sobre las islas, pero ya todos están acostumbrados a la fuerza de los vientos, a los árboles que se caen. Han aprendido a vivir con los huracanes.
El padre Francisco se acostó en su pequeña cama de la parroquia después de rezar un ave maría y un padre nuestro. Pero no puede dormir.
A las 2 de la madrugada lo despierta un enorme ruido. Como una explosión. Se asoma por la pequeña ventana y ve los árboles que resisten penosamente al viento. En lo alto centellas. Entre dormido y despierto, y después del fulgor de un rayo, le pareció ver a un grupo de personas, no muy lejos que caminaban mientras cantaban.
"¿Quiénes pueden estar en el campo con esta tempestad?" – pensó.
Esperó otro centellazo y cuando llegó ya no vio a nadie.
Sintió una opresión en el pecho. Algo había pasado. Además, a lo lejos le parecía ver un pequeño incendio.
Tomó su ya viejo volkswagen y rezando se puso a conducir hacia donde le pareció ver unas llamas.
Cuando llegó se notaba que el incendio había sido mayor pero la lluvia ya lo había apagado casi por completo.
Afinó su vista y vio lo que parecía el ala de un avión. Se detuvo.
Se abrigó aún más con su impermeable de cuero y caminó.
Entonces lo vio.
¡Un avión se había estrellado!.
_ ¡No, Señor, no…! _se dijo a sí mismo con voz llorosa.
Caminó hacia la cola que estaba casi intacta. Él sabía por sus lecturas que la cola de un avión era el lugar más seguro. Quizás había alguien con vida.
Llegó, y allí, muertos por el impacto estaban un hombre y una mujer. Abrazados. El hombre tenía fuertemente agarrado con sus manos un papel.
El padre Francisco, con su pequeña linterna, alumbró el papel.
Vio que era una partitura…
“Gloria al Bravo Pueblo”... Era el encabezado de aquel papel.
Sabía que había leído eso en alguna parte…
Caminó a lo largo de los restos. Al menos unas 50 personas iban en aquel avión. Todos habían muerto.
Entonces vio, chamuscado por el fuego un emblema: Eran los colores amarillo, azul y rojo y siete estrellas en medio del color azul.
Lo supo. Era un avión venezolano y aquella partitura era el Himno de Venezuela.
Lleno de congoja tomó el diapasón que tenía en su otra mano el mismo señor que tenía la partitura con el himno.
A los pocos minutos comenzó a llegar la gente. Todos lloraban. Llegaron ambulancias y las autoridades. Hasta el amanecer estuvo el padre Francisco en medio de las personas o sentado en el suelo, rezando y llorando.
Se llevó a su casa el diapasón y lo guardó. En ese momento él no sabía que el señor que tenía la partitura del himno de Venezuela en su mano era Vinicio Adames, el gran músico venezolano.
El avión era de la Fuerza Aerea de Venezuela y llevaba al Orfeón de la UCV a Barcelona, España a presentarse en un festival de Coros. Minutos antes, en el aire, ese avión se había cruzado con el Coloso de VIASA, un enorme avión de la compañía aérea venezolana. Ambos pilotos hablaron. El piloto del coloso le dijo que tuviera cuidado porque el huracán estaba arreciando.
_ Tranquilo. Llevo aquí al Orfeón Universitario. Aterrizaré en las Azores y después seguimos. Fue lo que le contestó.
Los huracanes Francés y Emma azotaron al avión. El piloto sabía que debía aterrizar en Las Azores para esperar que pasara la tormenta, pero llamó y llamó a la torre de control. Llamó en portugués, en inglés, en español. Nunca le respondieron. El operador se había quedado dormido. Sobrevoló la isla tres veces, el avión estaba en el ojo del huracán. Se quedaba sin combustible y entonces no le quedó más remedio que intentar aterrizar a oscuras.
Casi lo logró, aterrizo a pocos metros del aeropuerto. Se dice que si hubiese elevado la nariz del avión sólo 20º hubiese logrado aterrizar a salvo.
Murieron los 52 integrantes del Orfeón Universitario, diez miembros de la tripulación y otros cinco acompañantes.
El padre Francisco vio después en las noticias quiénes eran los que habían fallecido y se propuso, mientras viviera, hacer siempre una misa en ese sitio. Así lo hizo hasta que sus fuerzas lo permitieron.
Sólo fue hasta 1996 cuando, ya muy anciano, vino a Caracas y entregó a la UCV el diapasón de Vinicio Adames.
El padre Francisco ya está retirado pero asegura que él vio, esa madrugada, por la ventana de su habitación al Orfeón de la Universidad Central de Venezuela despidiéndose del mundo.
La caja negra del avión Hércules C-130 fue recuperada y en medio de la voz del piloto pidiendo ayuda a la torre de control, para que lo guiara en el aterrizaje, se escucha al orfeón cantando el himno nacional de Venezuela… después, silencio.
Imagen:
Primera plana del Diario Ultimas Noticias del día 5 de septiembre de 1976. A la derecha el músico venezolano Vinicio Adames
En el primer comentario coloco un link a un video donde los miembros de este Orfeón cantan el Himno Nacional, con arreglo de Vinicio Adames.
El mismo himno que cantaron minutos antes de morir.


Autor: César E. Martínez Vaamonde

Autorizada su publicación en este Blog
Publicado en este Blog: Martes, 05 de Septiembre de 2017.


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