Cuando
mi mamá (Dios la tenga en su Luz) se iba a trabajar dejaba instrucciones
precisas a mis hermanos mayores: - “se quedan dentro de la casa, no me le abran
la puerta a ningún desconocido... ah y que yo no me entere que ustedes
estuvieron todo el día en la calle o metidos en casa ajena... recuerden que eso
lo que trae es chisme”. Luego nos bendecía, nos daba un beso y se iba a
trabajar.
Un
día, mis hermanos mayores, Zoraida y Vicente, sucumbieron ante la tentación de
jugar por lo que decidieron desobedecer la orden de nuestra progenitora y
salieron al frente de la casa donde todas las tardes se organizaban unas buenas
partidas de pelotica de goma y otros juegos tradicionales, la chiquillería se
divertía sanamente mientras los niños mas pequeños eramos dejados “a la buena
de Dios”, nada malo nos podía ocurrir, todo era sano, vivíamos en un País
seguro.
Cuando
se ocultó el Sol y para evitar que mi mamá nos sorprendiera ya que se
aproximaba la hora de su regreso, mi hermana, responsable y precavida como
hasta ahora lo es, me agarró por la mano y llamó a mi hermano mayor para volver
a encerrarnos, pero mi hermano como estaba emocionado y ganando el juego, se le
ocurrió una mejor idea, la cual consistió en ubicarme en un lugar estratégico
de la calle para que yo vigilara, obediente como siempre he sido cumplí la
orden cual Watch man o guachimán como le decían en mi época a los vigilantes,
estando en mi puesto observé que venía mi mamá ¡SUSTO! Salí corriendo cual
"Dash" Parr ( el niño veloz de la serie animada Los Increíbles ), mis
hermanos hicieron lo mismo, solo dejamos la polvareda de la carrera que pegamos
para la casa. Al llegar, mi hermana se puso a fregar los platos y mi hermano
cual “Flash”, abrió la mesa de planchar, conectó la plancha y simuló estar
ejecutando el loable oficio, no habían pasado cuatro minutos cuando tocaron a
la puerta, Toc Toc Toc, yo salí corriendo y gritando muy contento ¡mi mamá...
mi mamá!, esta frase cariñosa la dije antes de abrir, por lo que al hacerlo mi
progenitora me agarró por la mano, me dio una nalgada y regañó fuertemente a
mis hermanos por tenerme en la calle mientras ellos estaban en la casa.
Con
el pasar de los años descubrí dos cosas importantes de aquel acontecimiento:
(1) mi mamá me vio cuando salí corriendo, pero no logró ver a mis hermanos, (2)
ella tenía llave de la casa pero decidió tocar la puerta, yo cual niño
inocente, caí en la trampa, me delaté gritando “mi mamá... mi mamá” antes de
abrir... ¿cómo podía saber quién tocaba?. ¡Dios mío, qué inocencia la mía!.
Además,
aprendí una lección de vida “no se debe desobedecer a los padres ni mucho menos
subestimarlos”. Nuestros padres se respetan.
Autor: Milano R. Marcos E.
Publicado: jueves, 25 de agosto de 2016.
Autor: Milano R. Marcos E.
Publicado: jueves, 25 de agosto de 2016.
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