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jueves, 25 de agosto de 2016

DOBLAN LAS CAMPANAS

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DOBLAN LAS CAMPANAS

En la Venezuela que muchos conocimos, cuando moría un vecino, era común que el velorio se realizara en la casa del difunto; la sala o el patio de la vivienda se acondicionaba de acuerdo a la ocasión, los familiares, amigos y conocidos vestían con la indumentaria apropiada, predominaban los colores oscuros, preferiblemente el color negro, marrón o morado, aunque algunas personas utilizaban el blanco.

En las distintas regiones del país se presenta el acontecimiento de acuerdo a las creencias y costumbres de cada zona, los ritos fúnebres nunca han sido iguales, cada comunidad tiene una tradición ritualista que lo identifica y por la cual se rige. En algunos lugares cantan, consumen licor, bailan... en otros sitios predomina la sobriedad, lo discreto... lo que si es común en todas partes es el rezo del rosario, aunque las oraciones dependen de quien lo dirige, existen rezanderas o rezanderos que agregan cualquier cantidad de súplicas haciendo el rezo mas largo.

En mi barrio, cada vez que nos enfrentábamos a la natural partida de uno de los nuestros, toda la comunidad compartía con la infortunada familia el luto característico por la pérdida del ser querido, reinaba un ambiente de respeto y solidaridad, las fiestas programadas se suspendían, nadie escuchaba música o simplemente se bajaba el volumen de la radio, se evitaban las algarabias, reinaba un ambiente de total recogimiento. Las palabras de condolencias, o el llamado pésames y hasta lágrimas se dejaban ver por doquier. Los comentarios positivos y anécdotas que relacionaban al difunto no faltaban.

Mientras duraba el velatorio muchas personas acompañaban a los deudos, si alguien estaba inconsolable se le daba gotas del carmen o valeriana para calmarlo, durante el día se repartían trozos de queso, jamón, galletas de soda, café, chocolate, guarapos de monte medicinales como manzanilla, toronjil o malojillo, tragos de bebidas alcohólicas y en las noches se agregaba el consomé de pollo o de gallina, los juegos de baraja y dominó eran impelable, y los que nunca faltaban a la cita eran los cuentachistes y los borrachitos que ponían la nota de humor, por lo que de velorio pasaba a ser una velada.

Cuando llegaba el momento del sepelio, la urna que contenía el cadáver, era llevada en hombros de familiares y amigos hasta la iglesia, donde el doblar de las campanas le indicaba al pueblo entero que estaban entrando o saliendo del templo parroquial con un difunto. Por mi condición de monaguillo doblé y repiqué las campanas muchas veces. Al terminar las exequias se trasladaban caminando desde la iglesia hasta el cementerio, por la lentitud con que esto se hacía, debido a que los cargadores llevaban la urna en un constante zigzaguear o bamboleo, siempre había cola y se trancaba el tránsito vehicular por lo que las autoridades poco a poco fueron sugiriendo que se montara el ataud en la carroza para agilizar un poco la marcha. En cada esquina de la ruta el paso fúnebre era mas lento y antes de entrar al campo santo lo intentaban y retrocedían tres veces hasta que por fín cruzaban el umbral de la puerta y de allí hasta la fosa para darle cristiana sepultura. En el preciso momento del entierro se incrementaba el llanto; los gritos y desmayos de algún familiar cercano rompían con la armonía, menos mal que siempre estaba la persona precavida que llevaba alcohol o corneciervo (amoníaco) para reanimar al desvanecido... ah y no podía faltar la persona que tenían que agarrar porque quería que lo enterraran con el difunto. Lo cierto es que en todo este tiempo reinaba la seguridad, la gente podía velar su muerto toda la noche en total calma y tranquilidad, se podían ofrecer los aperitivos descritos porque en ese tiempo había de todo, especialmente azúcar y café, sin inflación ni especulación y sin tener que acudir al inhumano bachaquero.

Autor; Milano R. Marcos E.
Publicado: jueves 25 de agosto de 2016.

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