Al caer la tarde, un joven acostumbraba a acostarse sobre la grama de un bello jardín, su mirada se perdía en la inmensidad celestial y al entrar la noche, se entretenía mirando el centellar de las estrellas. Millones de destellos motivaban la meditación y la oración de agradecimiento sincero al Creador de tanta belleza.
En el ocaso de un
maravilloso día, el muchacho observó que la primera estrella que apareció era
distinta, su hermoso fulgor lo sumergió en un estado contemplativo tan profundo
que pudo escuchar en su interior una voz... mirando al cielo, quizás por su
carga de misterio y de infinito y sin salir de su abstracción preguntó:
¿Quién me habla?
La respuesta no se hizo
esperar, un delicado susurro le contestó:
Soy la LUZ que estás
mirando. A partir de ese momento el joven entró en un enigmático paraje que lo
llevó a entablar un diálogo interno y trascendental con aquella hermosa Luz,
buscando respuesta, volvió a preguntar:
¿cómo te llamas?
¿cómo deseas llamarme?,
Respondió la Luz.
No lo sé, de lo único
que estoy seguro es que escucho tu voz y veo tu esplendor.
Entonces puedes llamarme
ESPLENDOR.
En ese momento hubo un
corto silencio, que produjo al joven una agradable sensación de paz.
Me fascina tu inmaculado
brillo. Gracias joven amado, mi Luz la recibo de un Ser Todopoderoso, Incausado
y Eterno.
¿me hablas de Dios?
Si, de ÉL te hablo.
El ameno diálogo
continuó hasta despuntar el alba. Al recibir los primeros rayos del Sol volvió
el joven de su estado sustancial, se incorporó de la grama y se dirigió
lentamente hasta su vivienda, entró a su habitación, se acostó en su cama y
durmió profundamente. Su madre, que lo miró llegar, notó en su hijo un
semblante extraño, pero permaneció callada, decidió dejarlo descansar pero no
ocultó su preocupación al pensar que estaba enfermo. Mientras el joven dormía,
su progenitora entró a la habitación y con mucho cuidado tocó a su hijo en el
cuello, no tenía fiebre, luego inspeccionó todo pero reinaba la normalidad y la
armonía en aquel cuarto, salió, cerró nuevamente la puerta y regresó a sus
labores del hogar, preparó el almuerzo y al llegar el mediodía, dejó la mesa
servida y fue a despertar a su hijo, al entrar al aposento lo vio en pie, ya se
había bañado y estaba vestido, se saludaron con afecto, lo bendijo y juntos
degustaron la deliciosa comida, la mamá no preguntó nada. Cuando terminaron de
almorzar, regresó el joven a su habitación, cepilló sus dientes, tomó sus
libros, dio un beso a su madre y se marchó a la institución educativa donde
estudiaba. Cuando regresó de clases, subió a su cuarto, se cambió la ropa por
una más cómoda, dejó los libros, tomó su cena y, como de costumbre, volvió al
jardín. Extasiado, se preguntaba
en su interior cómo llegar al firmamento para ver de cerca tan hermosa
creación, en ese preciso momento volvió a ver la Luz Celestial y escuchó el
susurro Divino que con amorosas palabras le dijo: