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Una ciudad que fue bella, un pueblo trabajador, noble, envuelta hoy en una hecatombe, una más de las que propicia el hombre por ambiciones, en nombre de las religiones, por el poder per se. No importa quiénes caigan, no importa la mortandad, todo queda impune ante la mirada desviada, abismada e indiferente de la humanidad misma que sabe de los cuerpos despedazados de niños, jóvenes y mujeres inocentes, de hombres que nunca sustentarán sus hogares porque ya no existen. No hay familias sino pedazos de familia, no hay dios en qué creer porque han muerto miles de ilusiones, han destrozado el futuro de tantos, es inenarrable el horror que traen las imágenes. Las sombras oscuras arropan la tragedia, ocultan el dolor que gime en las carnes de los dolientes. Madres con hijos vagando, buscando la mano generosa que brinde la ayuda, esa mano que se niega, esos ojos que evitan pasearse por la desolación, la muerte y la aniquilación que reina en Alepo, ciudad cuyos primeros muros fueron fundados en tiempos romanos, y que hoy sufre la devastación más terrible, un holocausto impensable en este siglo XXI que ya va dejando sus muestras del horror que el hombre no se cansa de sembrar. ¿Y la solidaridad? ¿Y la ayuda? ¿Y el apoyo humanitario? ¿No existe? ¿No nos importa? ¿No hay banderas para Alepo, no existen los ¡nunca más!? ¿En qué vamos convirtiendo esta tierra que habitamos? Será yerma, árida, infecunda, no sólo desde el punto de vista de la naturaleza, sino desde la perspectiva de lo humano, de la negación de lo que no nos interesa porque ocurre lejos, muy lejos, de lo que no nos toca porque es otro mundo, difuso, vago, y sin embargo tan cercano en el sentimiento, cercano en el corazón de cada uno de los que no puede ver el sufrimiento de los niños, principalmente. Dolor, agonía, más dolor y pena en el alma de los infantes que traen las imágenes, los mayores protegiendo a los más indefensos, indefensos también ellos, paliando la tragedia desde su propio sufrimiento pudiendo sólo entregar un tímido abrazo, un cobijo momentáneo, envueltos en tierra gris, polvo que cubre todo y deja su pátina pegajosa, su marca de muerte y destrucción. Alepo…Alepo….Alepo… ¡cuánto dolor! ¡qué desolación!
AUTOR: CALDERÓN A. Manuel F.
PUBLICADO: miércoles 21 de diciembre de 2016
AUTORIZADA SU PUBLICACIÓN: miércoles 21 de diciembre de 2016.
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