La expansión de un virus mortal
Fuent
Comienza el día en una ciudad cualquiera, allá por los años 2020, es una mañana soleada, apacible, hay más silencio de lo normal en las calles. Regina, como cada día, toma su gran taza de café y se dispone a ver las noticias en el cómodo sofá de su amplia sala. Después del primer sorbo, aprieta el botón de encendido y aparece en la gran pantalla la noticia de que hay en expansión un virus que se parece a una gripe o a la influenza, y que está afectando a varias ciudades en Asia.
Las escenas son dantescas, gente con mascarillas, ambulancias, construcción de hospitales en tiempo récord para atender la emergencia, todo un caos. Regina recuerda que le pareció exagerada la actuación de la reportera que hacía el comentario, ante lo cual, ella inmediatamente cambió de canal. Prefirió ver la preparación de suculentos platos que transmitían en otra programación... Allí permaneció hasta que hubo terminado su primer café de la mañana; después de esto, venía la rutina de prepararse para salir al trabajo.
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Regina es una joven profesional, cuya agenda diaria está repleta de actividades, una de esas chicas que lleva una vida sumamente apresurada. Siguen pasando los días y en las diferentes redes sociales, a diario reportan la propagación del virus por diferentes países, ya no sólo está en Asia, sino que Europa comienza a reportar casos de los estragos del virus en la población. Las cifras de contagiados son sumamente alarmantes. Regina escucha como sus compañeros de trabajo comentan sobre el tema, unos quieren saber más que otros, hablan de síntomas, número de fallecidos, vacunas y pare de contar; a lo cual, ella siempre termina diciéndoles que cambien de tema, que hay trabajo por hacer.
Al llegar a casa la joven tiene en su contestadora infinidad de mensajes de la madre, preocupada por ella, interrogándola a ver si ha escuchado lo del virus, rogándole que se cuide porque ella cuando niña tuvo sus problemas con el asma y según lo que dicen las noticias, debe cuidarse más que el resto de la población.
Regina a pesar del fastidio que le ocasiona la ansiedad de la madre, la llama y trata de calmarla, le dice que nada le va a pasar porque ella se va a cuidar. Y le aconseja a la mamá que deje de ver esos noticieros que son muy alarmistas y eso le hará daño. Pasan de un tema a otro y las dos terminan riendo y recordando anécdotas de su vida juntas, ya más tranquila, la madre le pide que ya vaya a descansar, que ella hará lo mismo. Regina continúa con su día a día, ahora sólo omite el canal de noticias, mantiene en su rutina la gran taza de café y el programa con los suculentos platos y de allí a la ducha.
Hoy amaneció como casi siempre un día soleado, Regina se levanta de su cama presurosa porque el teléfono no deja de sonar, al fin lo atiende. Es su madre quien le insiste que encienda el televisor y ponga las noticias, que algo grave está pasando. La joven intenta tranquilizar a la madre quien no deja de hablar y de hacerle mil recomendaciones, tantas, que ella aun medio dormida no alcanza a procesar. Al fin cuelga el teléfono y con cierto desagrado escucha las novedades.
Hay un comunicado oficial llamando a las personas a quedarse en la casa, se acaba de decidir que debido a la expansión vertiginosa del virus, la población debe mantenerse en cuarentena dentro de sus hogares. Se suspendieron todas las actividades laborales y de estudio a nivel nacional. Según los expertos en el área, ésta es la forma de contenerlo y evitar el número de muertes que ya ha cobrado el terrible enemigo en otras latitudes.
Regina se encuentra atónita, no lo puede creer, ¿Cómo pasó esto? ¿Por qué esa decisión tan apresurada? ¿Estará tan grave el asunto como para asumir una medida tan extrema? Inmediatamente intenta comunicarse a su trabajo, ella tiene muchas cosas por hacer, no puede darse el lujo de quedarse encerrada en la casa. Al no poder conversar con su jefe, Regina se arregla y sale a tratar de hacer su rutina laboral. Apenas sale del edificio donde vive empieza a observar la gente que camina en diferentes direcciones como sin saber a dónde va. Impera la confusión.
Hay largas filas en los auto mercados, las personas tratan de comprar la mayor cantidad de alimentos, agua, medicinas. La calle es un verdadero pandemonio. Regina se regresa a la casa. No se atreve a continuar el recorrido hacia su trabajo. Prefiere comunicarse por teléfono y darse tiempo para digerir esto que está pasando y que a ella, como al resto del mundo, la ha tomado de sorpresa.
Apenas entra a su cómodo apartamento, Regina siente que le falta el aire, que las piernas le tiemblan, que sus manos están sudorosas. No deja de pensar en lo que está pasando allá afuera.
Haciendo un gran esfuerzo por calmarse, toma el teléfono para llamar a su trabajo y al marcar el número se da cuenta que está llamando es a su madre, inmediatamente guarda la compostura para no alarmarla, apenas escucha del otro lado aquella voz siente unas ganas inmensas de llorar, de tenerla cerca, de abrazarla, de tener en sus brazos protección.
Sin embargo logra ahogar todos esos sentimientos, y sólo atina a saludar, “Hola mami, ¿Escuchaste la noticia? ¿Cómo estás tú?”, “Por aquí todo bien, no te vayas a angustiar por mi por favor. Cuídate que yo haré lo mismo”. Regina está un poco sorprendida de no sentir mayor desasosiego en las palabras de su madre, por el contrario, habla pausada y le hace las recomendaciones que ella venía escuchando desde hacía un tiempo pero que antes apenas le prestaba un mínimo de atención.
Pasan los días, largos, tediosos. Regina con gran dificultad cumple con la cuarentena ordenada, casi no sale de casa. Adelanta lo que puede de su trabajo utilizando un pesado internet, la conectividad ha pasado de regular a deficiente en apenas unos días. Se lo atribuyen a la cantidad de personas en sus hogares, intentando trabajar, otros distraerse y un buen número haciendo las tareas escolares. ¡Cómo nos ha cambiado la vida en tan poco tiempo…! reflexiona la muchacha, quien hasta hace unos días no le preocupaba absolutamente nada.
Sentada en su cómodo sillón de cuero negro, la chica escucha atentamente las indicaciones de los expertos en el área de la salud. Comentan hasta la saciedad, en todos los programas televisivos, las medidas de higiene para evitar que el virus toque la puerta de tú casa.
Las personas tienen miedo hasta de hablar unos con otros, Regina siente el absoluto silencio en los pasillos de su edificio. Y se pregunta ¿A dónde habrá ido toda la gente? ¿Cómo pueden estar tan callados? ¿Qué hacen los niños ante tanto encierro? Que momentos tan difíciles, concluye pensando la joven, quien hasta hace poco lucía su cabello bien peinado, un maquillaje y atuendo a la moda y hoy sólo lleva puesta una pijama, su hermoso cabello negro recogido y un tapa boca, el cual se ha hecho obligatorio en todos los escenarios de la vida diaria.
Después de quince días de “aislamiento social voluntario” Regina no aguanta más, se levanta temprano, toma un baño, se recoge su cabello rizado en una cola, maquilla sus hermosos ojos negros, se pone un ajustado jean y una franela de colores vistosos, se coloca su tapa boca obligatorio y sale del apartamento. Necesita hacer unas compras y ver gente, de lo contrario se volverá loca, muy a pesar de seguir los consejos que dan los psicólogos en las redes sociales. Se pone en marcha, baja casi corriendo por las escaleras, como si estuviese huyendo de algo o de alguien, dejando atrás su edificio, su cárcel, el confinamiento.
Al fin está en la calle, intenta respirar, la carrera, el odioso tapa boca, y los días de sedentarismo le están pasando factura, se siente muy cansada, pero feliz de estar al aire libre. Se sienta unos minutos en una banca, observa como las personas caminan con pasos lentos, tras los pedazos de tela improvisados como tapa boca de algunos, se pueden ver unos ojos tristes, reflejan sus angustias, su desesperanza. La mayoría en la búsqueda sólo de alimentos, de las pocas cosas que pueden adquirir ante la escalada escandalosa de los precios, sin ningún control de las autoridades.
La muchacha escudriña en las bolsas de los transeúntes y no puede dejar de recordar las recomendaciones de los especialistas en nutrición, quienes hablan de aumentar el consumo de verduras, frutas y hortalizas, a fin de mejorar el sistema inmune, y el énfasis que algunos de ellos marcan en evitar el consumo de lácteos. Pues la mayoría no ha podido cumplir con tales solicitudes, porque su precario salario apenas les alcanza para comprar harinas, grasas y queso. Con eso tratan de ahuyentar el hambre en su complejo día a día.
Las filas que se ven en los establecimientos que venden alimentos son interminables, gente de todas las edades, usan las medidas de protección contra el virus, aunque no falta algún dicharachero que pasa haciendo bromas con respecto a la enfermedad, y es inevitable que venga a la memoria de Regina un ser especial en su vida que a pesar de que ya no está físicamente, lo sigue amando profundamente. Con sólo recordarlo se dibuja una sonrisa que queda escondida detrás del odiado artículo que ahora lleva con obligación y que no deja apreciar su hermosa dentadura.
Regina sin darse cuenta ha pasado horas sentada en aquella solitaria banca, analizando aunque sin comprender aun, cómo pasó todo esto. En qué momento un país acostumbrado al ruido, a la calle, hasta al incumplimiento de las normas mínimas de convivencia, hoy está sumido en semejante terror, la gente tiene miedo, algunos llegan al pánico, si escuchan que alguien tose cerca de ellos se alejan despavoridos, los niños ya no van al parque, los amigos no se visitan, las escuelas, las universidades, los centros de trabajo, todo está vacío, terriblemente solo.
Es un panorama desolador, Regina no deja de pensar, que si antes de toda esta locura la situación económica mundial, y la particular de su país no era la mejor, qué pasará ahora con esto, sin producción de alimentos, ni combustible para distribuir la mercancía por las diferentes regiones del país. Con una población pobre, enferma, con un Sistema Sanitario precario. ¡Dios, por qué nos está pasando esto! Es una lección para los líderes mundiales, quienes hoy todo su poder y su dinero no los inmuniza con respecto al temido virus; de hecho, las noticias dan cuenta del fallecimiento de muchos de ellos por el mortal contagio de la enfermedad, parece una ironía.
Hoy los seres humanos somos más iguales que nunca, el virus no selecciona, no hace discriminación por raza, ni credo, ni status social. Todos somos vulnerables, todos podemos sucumbir ante este mortal y silencioso enemigo.
La hermosa joven parece haber entrado en un estado catatónico, allí sentada en su banca, está entregada a sus pensamientos, a sus angustias, a sus temores, por ello no se da cuenta de que alguien se ha sentado a su lado. Se trata de una señora anciana, de tez morena, de cabello cano corto, de rasgos indígenas si se quiere, en su dentadura faltan algunas piezas, sus manos a pesar de las arrugas son suaves y tiernas.
Regina la escucha atentamente, no siente temor al ver que no usa el odioso tapa boca, habla con ella como si la conociera de toda la vida. Le insiste con voz amable que no se preocupe, que vamos a salir de esta situación tan difícil, que todos sus familiares queridos estarán juntos nuevamente y que esto pasará, que busque refugio y consuelo leyendo una revista que le ofrece cariñosamente.
Regina siente ganas de llorar, de abrazar a aquella anciana que sin conocerla le ha brindado unos minutos de su tiempo, y la ha hecho sentir reconfortada. De repente distrae su atención un grupo de efectivos del orden público que la conminan a dejar el lugar donde llevaba largo rato entregada a sus cavilaciones.
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Regina intenta despedirse de la anciana, pero ésta ya se ha ido. Sólo quedó en la banca la revista y una noticia escrita a mano, con una letra inconfundible para ella que dice: “¡No te preocupes, todo pasará, Dios te bendiga…!”
Los hermosos ojos negros de la joven de llenan de lágrimas, pero extrañamente siente alegría en su corazón, y ya olvidó lo que salió a comprar ese día a la calle, camina presurosa a su casa para contarle a su mamá lo que le ha pasado.
Regina siente que ama a cada uno de sus familiares más que nunca, quiere escuchar la voz de cada uno aunque sea a través de la línea telefónica. Conversa largo rato con su madre, quisiera abrazarla, decirle cuanto la ama y que desde el momento que pase esta pesadilla de no poder movilizarse por las vías con normalidad, ella la visitará más frecuentemente para disfrutar de su compañía, de su amor, de su cocina, de las largas caminatas que antes hacían juntas, hasta tomadas de las manos. Regina hoy va a la cama exhausta, no quiere ver noticias, tiene una mezcla extraña entre alegría y tristeza, además recuerda que no compró nada en el mercado y que su despensa ya exhibe las consecuencias de largos días de encierro. Sin embargo, no se preocupa, simplemente toma una rebanada de pan, una gran taza de café y se siente satisfecha.
Se da una ducha con agua tibia, se pone su atuendo para dormir y se abraza a su almohada. Pasan recuerdos por su cabeza como en una película, la gente que camina en la calle, los funcionarios policiales en cantidades que no sabía que existían, las largas filas en los mercados, en las bombas de gasolina, en las farmacias, las caras risueñas de sus primos, tíos, amigos, ante la inesperada llamada de su parte, y finalmente el rostro de su abuela querida…siempre consintiéndola, siempre animándola.
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De repente, se enciende una incómoda luz en su habitación, Regina apenas puede abrir los ojos y sacarse el suave edredón color rosa que la cubre casi completamente. Ve al frente de sí a su madre, casi ordenándole que se levante, que es hora de ir al colegio, que llegarán tarde por su culpa…y Regina no puede más que levantarse y abrazarla, decirle cuanto la ama y que desde hoy su vida ha cambiado, que definitivamente será más agradecida de todo lo que tiene y trabajará para hacer que la gente a su alrededor valore más su salud, la unión familiar, el medio ambiente…La mamá la mira como preguntándose qué le pasará ahora a esa muchacha, arréglate que debemos salir.
Regina se siente feliz, el camino a la escuela es diferente, el día es hermoso, los árboles muestran un verde increíble, los colores parecen ser más vistosos, los pájaros parecen cantar más fuerte. Regina estaba soñando…
Autor: Elizabeth Guía
Editado: @marcosmilano71
Nota: Su publicación se realizó en este espacio por solicitud de la autora; quien además, lo autorizó.
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