FOTOS E IMAGENES

viernes, 15 de mayo de 2020

La Duda - ESCENA DEL CRIMEN

Cuando el dolor de una madre se hace inaguantable, sólo la Fe y la confianza en Dios pueden redimirla y hacer que se levante…

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Cuando Melinda y Daniels llegaron a la comisaría todo era un caos: los teléfonos sonaban todos a la vez, apenas si había suficiente personal para atenderlos. Los novatos hacían lo posible por escuchar los interminables relatos de supuestos testigos de un hecho que cambiaría la vida para siempre de los residentes de aquel pueblo pintoresco y apacible llamado Santa Fe.

Era una mañana calurosa, por las ventanas de la angosta oficina de Melinda se colaba una luz casi cegadora; ella, una mujer en sus treinta y tantos, con el cabello corto, para hacer más práctico su mantenimiento, solía excusarse con su madre, cuando ésta le reclamaba por su falta de femineidad.

Ataviada con un uniforme azul un tanto ceñido al cuerpo, resaltaba en su cintura un estuche de cuero marrón donde llevaba su pistola semiautomática Sauer P226, que la hacía lucir más temible de lo que era en realidad.

Su compañero, siempre jocoso y hasta distraído para ser oficial de policía, era común en él tener un chiste a flor de labios. Algunas veces para Melinda se tornaba molesto; pues no sabía medir las consecuencias de sus acciones o lo inoportuno de algún comentario procaz en escenas de crímenes.

No obstante, hoy Daniels se ha quedado sin aliento, sin musa para inventar algún chiste soez o ridículo, se trata de Jonás, un niño de apenas siete años que había sido reportado por sus padres como perdido hacía apenas unas dieciocho horas, lo han hallado en un viejo deshuesadero de autos de la ciudad.

Su cuerpo da cuenta del ensañamiento de una mente macabra que ha dado rienda suelta a los más perversos y retorcidos malos tratos que un ser humano le pueda infligir a otro.

Melinda y Daniels son los primeros en llegar a la escena del crimen, cientos de personas se agolpan afuera del establecimiento, quieren saber de qué se trata todo aquello, ese despliegue de vehículos policiales, con sirenas encendidas y luces alarmantes, ambulancias, reporteros, gente que corre de un lado a otro.

Melinda con la voz de mando que la ha caracterizado siempre, les indica a los encargados de asegurar la escena, que no permitan la entrada de absolutamente nadie, además, que tomen fotografías de los presentes en aquel lugar, que interroguen puerta a puerta si es necesario, para saber si alguien pudo haber visto o escuchado algo que los ayude a esclarecer tan abominable hecho.

Hay un niño allí, acurrucado en la parte trasera de un destartalado auto de los años ochenta, su frágil cuerpo presenta hematomas, heridas punzantes hechas por algún objeto filoso que su asesino utilizó para poner fin a su incipiente vida. Sus ojos están abiertos, como atónitos, como negados a creer lo que le está pasando, la expresión de su rostro es simplemente de estar viviendo un horror que jamás pudo haber imaginado a su corta edad.

Melinda trata de elucubrar:

-¿Qué fue lo último que miraron sus hermosos ojos azules?

-¿Qué habrá pasado por su inocente cabecita?

¿En quién habrá pensado en sus últimos y agonizantes segundos de vida?

¿Será que conocía a su agresor?

¿Por qué subiría a un vehículo con alguien que no había visto antes?

A pesar de las enseñanzas de su madre, quien seguramente le subrayaba que esto no lo debía hacer.
Melinda está concentrada en tomar nota en su pequeña agenda de todo lo que observa o le cuentan las personas apostadas en el lugar.

La rutina de recolección de evidencias, se ve interrumpida por los gritos desgarradores de una mujer que ha llegado al sitio, sin importar el cordón amarillo que claramente tiene inscrito un letrero en negro con la advertencia de no cruzar, escena de crimen.

La mujer ya está a escasos pasos de Melinda, gritando, agitando sus manos, exigiendo explicaciones, queriendo ver el cadáver de su bebé.

Inmediatamente es detenida por los oficiales, quienes a pesar de ser varios y robustos deben hacer un gran esfuerzo para contener a aquella mujer, quien está decidida a constatar de si el cuerpo que han hallado es realmente el de su amado Jonás.

Daniels se acerca e intenta sin éxito calmarla, ella sólo quiere que le expliquen:
¿Por qué a su hijo?

Un niño inocente, cuyo único pecado pareciera haber sido encontrarse con una mente enferma que se aprovechó de su ingenuidad para satisfacer sus más bajos instintos asesinos.

Melinda se acerca y se hace cargo de la situación, le indica con voz pausada y poniendo una mano en el hombro de la desconsolada madre que deben acudir a la comisaría, que se requiere de una entrevista con ella a fin de dar con el paradero de quien le hizo daño a su hijo.

La mujer parece estar bajo los efectos de un sedante, ya no grita, sólo se aferra a un pañuelo que tiene entre sus manos, donde se puede observar el personaje de una caricatura de moda, seguramente pertenecía a su pequeño.

Ella camina junto a Melinda hacia el auto, enjugando sus lágrimas de vez en cuando en el pañuelo, absorta, sin brillo en sus ojos, está en shock.

Al llegar a la sala de entrevistas de la Comisaría de la policía de Santa Fe, la madre apenas puede sostenerse en pie, Daniels le ofrece una silla y una botella de agua, y le dice que en unos minutos vendrá con ella para hacerle algunas preguntas. A lo que la mujer no da ninguna señal de haber escuchado ni entendido.

Pasa poco tiempo y se incorpora a la lúgubre sala, que sólo cuenta con un pequeño escritorio y dos sillas, la detective Melinda. Permanece un instante de pie junto a la madre del niño, quien aún no sale de su estado de negación.

Amablemente le pregunta su nombre, a lo cual ella responde casi de inmediato: Camila, madre de Jonás.

Podría decirme ¿Dónde está el padre de Jonás?

¿Por qué regresó sólo a casa de la escuela? ¿Solía hacerlo así? Le recuerdo que toda la información que usted nos pueda brindar podría ayudarnos a resolver este caso. Tómese su tiempo.

Melinda prepara su libreta de notas y se dispone a escuchar con atención a la mujer. Ésta entre sollozos le cuenta que hace mucho que está separada del padre de Jonás, que él es un bueno para nada que nunca asumió sus responsabilidades como padre, que siempre prefirió el juego, el dinero fácil y las mujeres de la vida alegre, razones suficientes para que ella lo apartara de la vida de su amado Jonás.

También le contesta que su hijo llega a casa sólo, por cuanto su transporte escolar lo deja a escasos pasos de la puerta, donde lo espera su hermana Nicoll, una adolescente de quince años. Quien lo atiende con su comida y lo asiste con las tareas hasta que llega la mamá a eso de las cinco de la tarde.

Camila deja claro que ella es una buena madre, que trabaja para sus dos hijos y que su bebé no merecía pasar por esto, que hará todo lo que pueda para ayudarlos a encontrar al culpable de tanta tragedia.

Tocan la puerta de la pequeña sala de entrevistas, es Daniels, le indica a su compañera que afuera la necesitan. Ésta pasa su mano sobre su cabello corto, hacía atrás, como para peinarlo o simplemente como un gesto que sustituye a la ausencia de palabras ante semejante situación, se disculpa con Camila y le dice que serán sólo unos minutos y estará de regreso para continuar con su conversación.

En la otra oficina está un hombre afroamericano, con atuendo extravagante, una camisa floreada con colores vivos y pasada de moda, llama la atención una enorme sortija en su mano derecha con un detalle esculpido en relieve que asemeja unas serpientes entrecruzadas, y quien asegura ser el novio de Camila.

Exige en tono irreverente, hablar con ella, demanda saber: ¿Qué está pasando? ¿Y por qué?, si es la madre de la víctima, la tienen en interrogatorio.

Melinda debe manejar la situación con mucho cuidado, por cuanto lo menos que necesita ahora es que pidan un abogado y que ya no pueda hablar libremente con la madre, a ver qué tanto puede aportar en detalles para la investigación.

Le ofrece de manera muy cortés al extravagante visitante un asiento, y le explica que no está en interrogatorio con Camila, que sólo la entrevista para indagar sobre la rutina del niño.

Éste se muestra algo suspicaz, insiste en que le informe qué han averiguado, qué tanto les ha dicho Melinda, sostiene que deben entregarle cuanto antes el cuerpo del niño para hacer los trámites para darle cristiana sepultura. Pues la comunidad donde él vive quiere participar y apoyar a Camila en tan difíciles momentos.

A ratos se encoleriza al no recibir las respuestas que él espera, y luego intenta llorar, sostiene su cabeza con ambas manos y se pregunta en voz alta:

¿Por qué ha ocurrido esto?

¿Quién podría ser tal vil para castigar así el cuerpo de un niño inocente?

Melinda cruza una mirada cómplice con Daniels, indicándole que acompañe al afligido padrastro a otra sala de entrevista. Una vez allí le explica que sus aportes serán de gran ayuda para la policía. Que trate de recordar la última vez que vio a Jonás, y qué hacía el pequeño para ese momento y si recuerda cuál atuendo llevaba puesto.

Daniels, le ofrece un cigarrillo, el cual el hombre acepta inmediatamente, hace un esfuerzo por controlarse, pero su rostro deja ver algo de preocupación. Inhala largas bocanadas de humo, habla pausado, como pensando muy bien cada frase. O aparentando recordar exactamente como se dieron los hechos.

Finalmente, asegura haber visto a Jonás desde la ventana de la cocina, cuando subió al autobús camino a la escuela.
No recuerda bien que ropa llevaba, pero supone que su jean, su sweater con capucha azul y blanco y sus zapatos deportivos amarillos, eso si lo recuerda muy bien. Ah, y llevaba su mochila con el gran dibujo del hombre araña.

Comenta en voz muy baja, que él era un niño muy educado, su madre se aseguraba de que así fuera: Repentinamente el hombre se recuesta en el escritorio y comienza a llorar, a gemir, a expresar su dolor por la pérdida de aquella alma inocente. Melinda piensa para sí, que está sobreactuado.

Como si se tratara de otra persona, salta del llanto a una tranquilidad inquietante, parece recordar de repente que había una camioneta blanca en el lugar, y que arrancó unos segundos después que pasara el autobús escolar.

La camioneta era conducida por un hombre de tez blanca, de avanzada edad, quien llevaba la ventanilla abierta por cuanto fumaba un tabaco. Y escupía hacia afuera.

Melinda interviene para preguntarle si recuerda haber visto la placa del vehículo, si tenía algún logo, o inscripción que facilitara su reconocimiento, a lo cual el hombre respondió inmediatamente que no.

Que lo sentía mucho, que ojalá él hubiese salido a acompañar al niño, y por lo menos le hubiese hecho saber cuánto lo quería. Insistía en lo arrepentido que estaba de no haber actuado así, y nuevamente los sollozos…

La detective manda a llamar a la hermana del niño, y regresa a la salita con Camila, allí está, al fondo de la oficina aquella mujer, desolada, llorosa, apenas si puede abrir sus ojos de lo hinchados que están por el continuo llanto. No deja de apretar el pañuelo entre sus manos; pareciera que con él se siente conectada a su pequeño Jonás.

Se escucha el chirrido de la puerta cuando se abre para dejar entrar a una joven delgaducha, pálida, despeinada, con los ojos apagados, al ver a la madre casi salta sobre ella, la abraza y lloran un rato.
Melinda sólo las observa, les respeta su tiempo de duelo.

Una vez que intentan componerse Melinda pregunta:

¿Cómo era la relación de Jonás con su padrastro?

¿Convivían bien? ¿Alguna vez lo llevó a la escuela o lo acompañó al tomar el autobús?

Ambas mujeres responden casi a la par, pero una dice Sí y la otra un absoluto No.

Melinda toma de la mano a la muchacha y le dice con voz comprensiva: ¿Nunca lo acompañó al autobús? ¿Por qué Discutían?

La madre intenta responder a lo cual Melinda, inmediatamente le impone silencio, con voz determinada y fuerte le replica, estoy escuchando a Nicoll, por favor no interrumpa, de lo contrario tendrá que desalojar la habitación.

Camila se sorprende, pero obedece, toma asiento nuevamente y se pierde en sus pensamientos, Nicoll le asegura a Melinda que Jonás no tenía buenas relaciones con Dwen, que le molestaban y hasta le asustaban sus gritos, cuando éste discutía con mamá.

Ambos nos encerrábamos en mi habitación y allí permanecía abrazado a mí, casi temblando, hasta que se oían groserías y súplicas de mamá; y finalmente el golpe al cerrar la puerta. Dwen se había ido.

Sólo en ese momento Jonás corría a la habitación de mamá a ver si ella estaba bien, y se quedaba a su lado hasta el amanecer. Esta escena se repetía constantemente. Mamá decía que él era un buen hombre, sólo que, de mal carácter, por cuanto había sido muy maltratado de niño y por eso necesitaba mucha de nuestra comprensión.

Así pasaron los meses y nos acostumbramos a sus peleas y siempre Jonás terminaba consolando a mamá. Él era su consentido. Mamá se esforzaba por darle todo cuanto él quería porque era tan pequeño y frágil.

Según ella, sin embargo, no lo era tanto. Agarraba unas rabietas y casi que destruía mi habitación, yo tenía que calmarlo y obligarlo a que ordenara todo nuevamente, lo cual realmente le disgustaba. Pero nunca se lo dije a mamá, para evitar que ella pensara que le estaba mintiendo.

Melinda puede sentir cierta rabia en la muchacha, ya no llora, sólo mordisquea sus ya desgastadas uñas.
Melinda les ofrece agua o cualquier otra cosa que necesiten para continuar la conversación, Camila pide agua y un cigarrillo, a pesar de que hacía mucho tiempo que no fumaba. La joven le pide a Melinda que le explique
¿Cómo encontraron el cuerpo?

¿Quién les avisó que estaba en la parte trasera de aquel viejo auto?

Insiste en averiguar si fue una llamada anónima. O si tenían ya alguna pista sobre los asesinos.

A todas estas preguntas Melinda contesta con un simple “estamos investigando”, y pueden estar seguras de que daremos con el autor de tan dantesco crimen.

En vista de que han pasado ya varias horas, la detective decide dejar que se vayan a casa a descansar un poco, no sin antes advertirles que no deben irse de la zona de su residencia porque deben estar en contacto.

Melinda y Daniels desde su ventana observan irse a los tres familiares de Jonás, la chica va abrazada a Dwen y la madre camina detrás de ellos, como si solamente los siguiera por inercia, pero no está consciente de lo que sucede y que al llegar a su casa ya no encontrará a su pequeño Jonás.

Melinda pide a los subalternos en la oficina que revisen las llamadas telefónicas hechas desde la casa y desde los teléfonos móviles de todos los involucrados, que cotejen las entrevistas de los policías puerta a puerta a ver si alguien más mencionó la camioneta blanca, aparcada cerca a la hora de paso del Autobús Escolar, que indaguen en las redes sociales de la adolescente y del padrastro, y que además contacten inmediatamente al papá de Jonás.

Insiste en que nadie se irá a descansar hasta tanto encuentren pistas creíbles para la resolución de este crimen, porque además hay mucha presión sobre ellos de parte del Alcalde, quien no ha dejado de llamarla, de la prensa local y de los residentes de Santa Fe. Quienes no tendrán paz, mientras un cruel asesino ande paseando libremente por sus calles.

Así que llamen todos a sus casas y avisen que estarán aquí hasta que tengamos al asesino del pequeño Jonás tras las rejas.

Los funcionarios intercambian miradas, en algunos se nota un tanto de disgusto, tomando en cuenta que es víspera de Navidad y que todos quisieran estar en su hogar celebrando con sus familiares. No obstante, nadie replica, sino que inmediatamente se dedican a cumplir las órdenes recibidas.

Una de las jóvenes encargadas de revisar las redes sociales solicita permiso para hablar con Melinda, le informa que el papá de Jonás lleva años en una cárcel de la ciudad, sentenciado por delitos asociados a contrabando de toda clase de cosas, así que queda descartado. Lleva, además, una carpeta con fotografías de los últimos comentarios subidos a la red por Nicoll, la hermana de Jonás. Se puede observar como sonríe al lado de Dwen, con el mismo atuendo con el cual salieron hace apenas unas horas de la comisaría.

Parecen estar sosteniendo una relación muy cercana, y a ellos se le suma el novio de Nicoll, un joven desaliñado, con el cabello echado hacia adelante que apenas deja ver sus vivaces ojos negros. En su hombro izquierdo se observa un tatuaje de un ser maligno de la saga de las películas de moda.

Es una fotografía inquietante, por cuanto se supone que estás de duelo por el terrible crimen de tú hermano. Ni hablar del comentario al pie de la foto recién publicada, “soy lo que siempre he querido, dueña de mi vida y de mi familia que son mi mundo, los amo…”

Melinda llama inmediatamente a Daniels, para comentar tal hallazgo, mientras discuten teorías, interrumpe uno de los técnicos de los teléfonos, trae noticias de los mensajes y llamadas cruzadas entre Nicoll y el novio justo a la hora en la cual debía llegar Jonás de la escuela.

En el momento en que ella le aseguró a Melinda que no estaba en casa porque la había llamado una amiga por una emergencia familiar, lo cual impidió que ella hubiese podido recibir como siempre a su hermano a la hora de su llegada de clases.

Es una pista interesante, a eso súmale que Nicoll insistió en saber cómo supieron del cadáver en la parte trasera del vehículo, detalle que a nadie se le había revelado. Creo que es hora de buscar nuevamente a la chica. Si tuvo algo que ver en esto lo vamos a averiguar. Tráiganla…sentencia Melinda con una mirada que denota cierta ira.

Daniels en pocos minutos está frente a la puerta en la casa de Camila, toca el timbre varias veces, pero nadie contesta. Insiste en tocar la puerta y demandar la presencia de Camila. Después de muchos intentos finalmente se abre la puerta; allí está frente a él aquella desconsolada mujer, despeinada, ojerosa, aun aferrada al pañuelo de su bebé, con la mirada perdida, apenas alcanza a coordinar las palabras para decirle qué desea.

¿Tiene alguna noticia?

Se le ve un tanto decepcionada, al escuchar que sólo viene a conversar nuevamente con Nicoll, Camila le hace una seña para que pase y se encamina hacia la habitación de su hija para indicarle que la policía está allí y que quieren hablarle.
Daniels entra y la sigue, como temiendo que la frágil mujer pueda caerse en el camino, y está detrás de ella, cuando se abre la puerta de la habitación, allí está de pie Nicoll, con un maquillaje estrafalario y un atuendo similar, no se parece a la joven que se presentó en la comisaría, lleva unos audífonos que le impiden escuchar lo que le indica la madre, pero al ver a Daniels intenta cambiar de actitud, se retira bruscamente los audífonos e increpa a Camila por no haberla prevenido sobre la visita inesperada.

Daniels la toma de la mano y la conduce a la sala, sin darle tiempo a poner alguna excusa, se sientan en el sofá junto a Camila, allí le informa que tiene nuevas preguntas para ellas y que requiere que ambas lo acompañen de regreso a la comisaría.

De pronto se hace un gran silencio en la pequeña salita de la casa, en la mesa, Daniels puede observar todas las fotos de Jonás junto a su madre, siempre abrazados, siempre sonriente. En un campo de fútbol, en un parque, con un Santa Claus, y Daniels no puede evitar pensar:
¿Y por qué no hay fotos de Nicoll con su madre y su hermano?

En cuestión de minutos van camino nuevamente a la comisaría, Camila y Nicoll apenas si se dirigen la palabra, la joven tiene toda su atención en sus mensajes telefónicos con su novio y con sus amigos, y la madre sólo piensa en su amado hijo asesinado.

Son, definitivamente, dos mujeres con intereses absolutamente distintos, eso piensa Daniels para sí.
Regresan a la sala de entrevistas, Melinda las recibe con un apretón de manos y una leve sonrisa en su rostro, a lo cual le acompaña una mirada escudriñadora, como si quisiera sólo con verlas a los ojos fijamente saber qué está pensando cada una.

Camila en voz casi imperceptible le pregunta a Melinda si ya tiene alguna noticia sobre el responsable de la muerte de su hijito, en tono casi suplicante le pide que no permita que escape y se salga con la suya, y que deje a una familia sin explicaciones ante tanto dolor.

Melinda se le acerca y pone su mano en el hombro de la desconsolada mujer, y con seguridad le afirma que eso no pasará, que muy a pesar de que ya su hijo no volverá con ella, quien le hizo esto lo pagará. Y recibirá todo el peso de la ley y nunca más verá la luz de la calle.

Mientras habla observa a Nicoll, quien aún luce su esmerado maquillaje, y muy a pesar de él, se le nota la palidez, el susto.

Escribe rápido en su teléfono, su pericia le facilita que ni siquiera tenga que mirar el teclado para escribir, simplemente lo hace como autómata, pero sin quitar la vista de Melinda.

Esta vez, la joven es llevada en solitario a la sala de entrevistas número tres, y Camila permanece en la dos.

Es hora de aclarar algunas cosas, comienza de esta manera la hermosa detective su conversación con Nicoll.

Explícame por qué me dijiste que no estabas en casa a la hora de llegada del autobús escolar el 15 de Diciembre, cuando desapareció Jonás. Igualmente dime ¿Cómo sabes que el cuerpo fue hallado en la parte trasera de un auto?

¿Cuál es el significado de los mensajes que tu novio te envió diciéndote que ya estaba hecho, que ya no tenías de qué preocuparte, que ahora serían sólo ustedes dos?

Te recomiendo que hables pronto, por cuanto en este momento en la sala uno está tú amado Derek, intentando salvar su pellejo y culpándote de todo para obtener un trato que salve su trasero de la cárcel.

Nicoll intenta mantenerse serena, impávida. Pero la insistencia y el tono acusador de Melinda después de varias horas, al fin la hacen quebrarse:

Entre llanto le asegura a Melinda que ella no quiso hacerlo, que amaba a su hermanito, que fueron Dwen y Derek quienes la obligaron a tenderle aquella trampa al pequeño Jonás.

Melinda ejerce toda la presión que sabe funcionará, y la precisa a escribirlo todo, con detalles, le da papel y lápiz. Y le ordena: Escribe.

La muchacha de tanto restregar su cara para secar las lágrimas, se ha hecho una máscara horrible con todo aquél maquillaje, sus rasgos no se ven, es un ser macabro. Melinda decide salir por un café, aunque su estómago le advierte que no podrá soportarlo.

Sin embargo, abandona la sala, cierra la puerta tras de sí, y permanece allí parada, de alguna manera incrédula, asqueada, por su cabeza pasan como fotografías de un álbum familiar escenas de ella cuando era niña, con su madre, siempre cerca, siempre protegiéndola. De su hermano, aunque pocos años mayor que ella, siempre amoroso, siempre presente. De su padre, quien un tanto díscolo, pero siempre le demostró su profundo amor.

Melinda siente que en ese momento es frágil, se siente como una niña perdida en el campo, quiere llamar a su madre y decirle que la necesita, que la ama profundamente.

El grito de Daniels, la saca del limbo donde se había refugiado, y le pregunta si está bien.

A lo cual ella responde intentando componerse que sí, que sólo está un poco cansada por las largas horas de trabajo, pero que ya están muy cerca de poner fin a esos pesados días.

Melinda se dirige a la sala uno, donde está el joven desgarbado, con el cabello grasoso echado hacia adelante, con su vestimenta desprolija, con las uñas de sus manos como llenas de tierra. Pero con unos ojos negros vivaces, a Melinda se les asemejan a las de un roedor.

Toma asiento al frente de él y le comenta:
Ya Nicoll lo ha confesado todo, es hora de que nos digas cuál fue tú participación en el crimen del pequeño Jonás, porque si esperas que Dwen y ella cuenten su historia, seguramente serás al único a quien le aplicarán la pena de muerte.

Así que por tu bien, habla pronto, te escucho:
Como si acabara de recibir una orden, el joven inmediatamente empieza a describir cómo pasaron las cosas aquél 15 de diciembre.

Él se encontraba en su casa, en su habitación escuchando la música de su grupo de rock preferido, cuando recibió la llamada angustiada de Nicoll, quien le rogaba que corriera a su casa que algo muy malo había pasado. Que lo necesitaba urgente, que por favor corriera hacia allá.

Él asegura que no entendía bien lo que decía porque lloraba y gritaba a la vez. Así que se dirigió en el auto de su madre inmediatamente a la casa, que estaba a pocas cuadras de la de él.

Al llegar, pudo ver a Nicoll, despeinada, con los ojos muy abiertos, como si acabara de ver un espanto y con la ropa llena de sangre.

Al mirarlo lo tomó de la mano y lo condujo violentamente al sótano de la casa, allí estaba el cuerpo de Jonás, ensangrentado, y un filoso cuchillo estaba muy cerca de él. Sus ojos estaban muy abiertos, como aterrado. Como sin poder creer lo que le estaba pasando.

Derek no podía entender aquella escena espantosa, sólo había visto tanta sangre en las películas de terror que solía ver en su casa junto a Nicoll, y recordaba que eran las preferidas de ella, se veía que las disfrutaba, él sólo la complacía, pero reconoce que le provocaban náuseas.

La muchacha no paraba de hablar e intentaba explicarle a Derek que había tenido que matarlo, que Jonás había regresado de la escuela alterado, molesto porque tuvo un mal día y que cuando ella intentó calmarlo, éste se puso agresivo, que le gritaba insultos y que ella se había tenido que defender, porque como era muy delgada no tenía fuerzas para contener la furia de su hermano.

A Derek le pareció la historia descabellada, porque nunca antes vio a Jonás ser agresivo con Nicoll, al contario, siempre la buscaba para aferrarse en sus brazos buscando protección. Y ella, si no estaba la madre cerca, lo rechazaba, le decía que él era un enano consentido, que era hora de crecer.

No obstante, él no quiere dudar de su novia, quien siempre lo ha apoyado en todo, y quien le ha provisto de comida y refugio cuando él mismo ha sido víctima del abuso de su padre.

Él simplemente, le debe mucho a Nicoll y tiene que ayudarla sin dudar.

Se le ocurre que deben comunicarse con Dwen, quien siempre tiene una buena idea para salir de situaciones difíciles, y que además se ha portado como el buen padre que ninguno de ellos dos tuvieron.

Así que, sin pensarlo más, Derek le dice a Nicoll que se cambie de ropa, ponga todo en una bolsa plástica y lo ayude a poner este desastre en el auto, que él irá en busca de Dwen mientras ella limpia todo el sótano. Inclusive, suben a la cajuela el cuerpo inerte de aquel inocente.

Derek conduce en modo automático a la casa de Dwen, quien al verlo llegar se sorprende y lo hace pasar rápidamente.
Y lo interroga.

¿Qué tienes?

¿Le ha pasado algo malo a Nicoll?

Habla ya.

El muchacho atropellando las palabras le cuenta todo el desastre a Dwen, éste inmediatamente lo acompaña y suben al auto, y se van camino al viejo deshuesadero de la ciudad, allí nadie encontrará el cuerpo, es un sitio abandonado.
Y mientras hacen el recorrido, Dwen fríamente le va explicando a Derek cómo actuarán los próximos días, le hace énfasis en que si alguno abre la boca con la policía todos irán a parar a la cárcel.

Así que deben estar uno con el otro, le hace saber que él y Nicoll son como sus hijos y que él se encargará de protegerlos, que mientras se apoyen los tres nada les pasará.

Que ese niño molestoso, algo muy malo ha debido hacerle a Nicoll, para que ella estallará de esa forma, inclusive se atrevió a exclamar ¡pobre chica!

Derek no dice nada, está demasiado confundido y asustado.

Llegan al deshuesadero, ven un auto destartalado de los años ochenta, que ya de seguro va camino a la máquina de chatarras y lo escogen para depositar en el asiento de atrás el cuerpo del indefenso Jonás. Derek no se atreve a tocarlo, así que le encarga la tarea a Dwen. Quien lo traslada al sitio sin ningún gesto de remordimiento.

Ambos se retiran a toda velocidad del lugar, en diferentes botes de basura de la ciudad dejan por separado las bolsas que contienen el filoso cuchillo, la ropa ensangrentada de Nicoll y las sábanas donde lo envolvieron. Están seguros de que cometieron el crimen perfecto.

El muchacho deja caer todo su peso sobre el asiento de la pequeña salita, se siente aliviado, ya sus ojos no son tan vivaces, ahora lucen tristes, vacíos.

Daniels, ordena a un grupo de agentes que vayan por Dwen Reynolds y que revisen cuidadosamente su casa y su vehículo, lo acusaremos de complicidad en el homicidio del pequeño Jonás.

Melinda ya tiene en sus manos la detallada confesión de Nicoll y Derek, no cabe duda de que todo el círculo familiar de este pequeño participó en el complot para asesinarlo y deshacerse de su cuerpo.

No puede dejar de pensar en el horror que tuvo que vivir en sus últimos segundos de vida. Tal vez se preguntaría:
¿Por qué las personas que se supone debían cuidarlo le han hecho esto?

¿Por qué su madre no estuvo aquel fatídico 15 de diciembre para recibirlo de la escuela?

¿Por qué su verdadero padre no se quedó para criarlo?

¿Para ayudarla y así no tener que dejarlo tanto tiempo solo?

No hay explicaciones, sólo una profunda impotencia. Melinda debe encarar el hecho de contarle todo como pasó a Camila, y se dirige con pasos muy pesados a la salita número dos.

Camila no se ha dado cuenta de que hay alguien más en la habitación, su dolor no la deja, sólo se tortura una y otra vez viendo las fotografías de su bebé en su teléfono móvil, escucha una y otra vez el último audio de su amado Jonás, “mami voy camino a la casa y tengo muchas cosas que contarte, por favor llega pronto y trae mi cereal favorito, porque ésta mañana desayuné lo último que quedaba en la bolsa, te quiero mucho mami.”

Esto será lo último que escuche de su hijo, y lo repite una y otra y otra vez, como un autómata.

Melinda, toma cariñosamente entre sus manos las de Camila, y le dice:

Debes prestar mucha atención, te contaré cómo pasó toda esta tragedia, y debes prometerme que serás fuerte y que serás capaz de salir de aquí a hacer lo que te corresponde como madre, llevar a su último lugar de descanso a tu amado hijo. Escucha con atención.

Camila levanta la mirada y la posa sobre los labios de Melinda, parece que le habla desde muy lejos porque apenas si puede escucharla, intenta comprender cómo fue que su hija mató a su pequeño Jonás.

¿Qué pudo haber provocado tanta ira en ella?

¿Sería acaso su culpa? Porque siempre quiso protegerlo más a él, por ser tan pequeño, tan frágil, pero a la vez tan cariñoso y comprensivo con su madre. Existía un vínculo especial entre ellos dos.

Será posible entonces que tanto odio, ¿Lo haya podido generar ella misma?

Camila se siente muy cansada, cree que se va a desmayar, e intenta recostar su cabeza sobre el escritorio. Sus ojos parece que no tienen más lágrimas, porque ante tanto dolor ni siquiera puede llorar, aunque eso quisiera.

Le pide a Melinda que por favor la lleve a su casa, que lo único que quiere ahora es acompañar a su hijito al cementerio, que no desea saber de nada más. Le agradece con un gesto a Melinda y sacando fuerzas quién sabe de dónde, se incorpora y abandona la salita.

Melinda la ve alejarse, y una profunda tristeza se apodera de ella, su cerebro no entiende de protocolo, ni de la trillada frase de no involucrarse sentimentalmente en los casos, éste ha sido sin duda uno de los más terribles en su carrera.
Melinda camina erguida hacia su oficina, cierra la puerta, se sienta en su escritorio y fija su mirada en la fotografía familiar donde se puede ver a su madre, su hermano y su papá siempre a su lado, protectores, amorosos, y no puede evitar llorar amargamente.


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Mientras tanto, ya en el cementerio pasa la carroza fúnebre lentamente, llevando el ataúd blanco inmaculado, que contiene en su interior el cuerpo del pequeño Jonás, va acompañado de mucha gente que por curiosidad o por solidaridad caminan al lado de la afligida madre, quien no sólo perdió a su hijo en esta tragedia sino también a su querida niña.

Una vez sepultado Jonás, sólo permanece ella parada allí, ya todos se han ido. Queda sólo una madre destrozada, rota, una mujer que ya nunca volverá a ser risueña, luchadora, hasta alegre. Aquella que se desvivía por atender a sus dos amados hijos. Y que ahora se ha quedado terriblemente sola.

Las lágrimas que inundan sus ojos no dejan a Camila percatarse de que Melinda está allí, a su lado, sosteniendo sus trémulas manos y ayudándola a poner dentro del pequeño florero unas marchitas rosas blancas. Que parecen emular a su madre. Camila desea que su pequeño sepa que ella estará allí siempre, a su lado, acompañándolo…Y que ese dolor no pasará…

Autor: Elizabeth Guía

Editado: @marcosmilano71

Nota: Su publicación se realizo en este espacio por solicitud de la autora, quien además, lo autorizo.

Los invito a visitar mi cuenta de steemit: @marcosmilano71

1 comentario:

  1. Gracias a mi estimado amigo por sus buenos comentarios hacia mis relatos. Ojalá sirvan para promover la lectura y definitivamente estimular el afianzamiento de los Valores en nuestra sociedad. Gracias.

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