FOTOS E IMAGENES

sábado, 16 de mayo de 2020

ISABEL, SIMPLEMENTE UNA HISTORIA - ALZHEIMER

Isabel tiene ALZHEIMER y a pesar de sus pérdidas de memoria, sus recuerdos más hermosos siguen allí, en alguna parte, revoloteando en su cabeza.


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Cuando Isabel comenzó a darse cuenta de que algo con su vida cotidiana había dejado de ser normal, empezó también a sentir, unas ganas inmensas de reflexionar sobre cada hecho que había acontecido en su vida. En primera plana llegaron las imágenes de su niñez. Con carencias y vicisitudes, pero con una familia unida, con unos hermanos que siempre estaban allí, con una madre ejemplar. Una mujer de carácter fuerte, de larga cabellera negra y ojos siempre tristes. Aquella, que a pesar de que la vida le había puesto en su camino muchos sinsabores, jamás se dejó vencer. Nunca faltó el plato de comida en la mesa, ni mucho menos las instrucciones claras de qué había que hacer en la casa, y por supuesto, tampoco faltó, el ejemplo de trabajo diario, digno y honesto para lograr lo que quisieras en la vida.
Isabel repasaba en su memoria, lentamente, como quién teme perderse de algún detalle, cada escena de aquella niñez, jugando en el patio con sus hermanos y primos, saboreando el fruto de aquella mata de cerezas grandes y rojas, apetitosas y dulces, en casa de la abuela, pensaba: ¡Dios cuanto le gustaban!. Por momentos, creía escuchar aquellas risas inocentes, de diferentes tonos y duración, aquellas miradas pícaras de los primos, que bastaban para saber, que se acercaba la abuela o la mamá, y había que poner punto final al juego y emprender el regreso a la casa.

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Isabel pasaba largas horas solamente recordando, con la mirada perdida en el horizonte, como tratando de encontrar algo o a alguien. Como tratando de hallar explicación a lo inexplicable. Sentía una necesidad imperiosa de no olvidar ningún detalle, de aferrarse a sus recuerdos, a aquella adolescente que venía a su memoria, delgada, alta, despeinada casi siempre, y sobre todo risueña. Se identificaba aún con aquella joven de grandes ojos marrones, esa que siempre necesitaba estar bajo el cobijo protector de su madre, para quien aquella mujer lo significaba todo. Era su inicio y su final. Le gustaba creer que ella siempre estaría allí a su lado, para pasar sus suaves manos sobre su cabello, para escuchar atentamente sus relatos, para ayudarla en cuanto necesitara, para evitar sus caídas o simplemente brindarle apoyo para levantarse. Definitivamente para Isabel, su madre había sido el mejor regalo que el Padre Celestial le habría otorgado.
Los días parecían transcurrir lentos, en un pueblo pequeño, caluroso, lleno de gente que iba y venía apresuradamente. Isabel podía contemplar desde su ventana la maravilla de la vida, su vista incluía grandes y siempre verdes árboles, acompañados constantemente de pájaros de diferentes colores y trinos. Diariamente ella estaba ahí, en su silla, con su misma mirada perdida en el horizonte, como siempre, esperando algo o a alguien… Isabel ya casi no recordaba o no quería hacerlo, cuando su madre se había ido de su lado. Aquel capítulo tan doloroso simplemente deseaba borrarlo, hacer creer a su memoria que ya no lo recordaba y por lo tanto ya no podría hacerle más daño. Pero su corazón se encargaba de desmentirla, esa imagen de su amada madre en aquella cama, tendida, inerte, con sus grandes ojos negros cerrados, incapaz de acariciar nunca más su cabellera, ni sentir nunca más sus cálidas manos protectoras.
De repente, de aquel profundo silencio emerge una voz fuerte, que interrumpe las cavilaciones de Isabel, se trata de una hermosa señorita que se ha puesto de pie allí a su lado, en su mirada se aprecia cariño y ternura, pero Isabel no sabe de quién se trata.
La muchacha acerca una silla y toma asiento, como mostrando un poco de miedo o duda toma sus manos y las acaricia tiernamente, Isabel sólo la mira, tratando de escudriñar en su memoria y poder dilucidar quién es, un nombre, una certeza sobre el nexo que quizás las une. Pero nada, sólo logra ver destellos de una niña que corretea por la casa, con sus cabellos negros ondulados, de risa fácil y mirada pícara, como de quien sabe que está haciendo alguna travesura, pero nada le pasará porque la aman demasiado. La extraña visitante se pone de pie, y saca de su amplia cartera un cepillo para el cabello, y amablemente se dispone a peinar las largas trenzas, ya canas de Isabel, con un cuidado que pareciera pensar que aquella mujer es tan frágil que hasta podría romperse. Y habla de muchas cosas que Isabel no comprende, de su casa, de sus amigos, de su trabajo, de cómo está la calle agitada con la gente tratando de comprar regalos de última hora porque se celebra el Día de la Madre.
Isabel disfruta de su sesión de peluquería, no obstante, su mirada sigue perdida en el horizonte, las imágenes se atropellan en su cabeza, piensa en sus hijos, dos niños pequeños que sabe debe atender y ayudar a realizar sus tareas.
Pero siente como se agita su corazón al no poder recordar, dónde están ahora, con quién los habrá dejado. Isabel se esfuerza, pero no logra más que recordar que son tan parecidos, cómplices, inquietos y que ella siempre está allí para vigilar de cerca sus travesuras. A esas imágenes que le saltan a su desgastada memoria, le sigue una sonrisa que se dibuja en su cara, de repente la mujer absorta en sus pensamientos, ahora se torna más hermosa, sus ojos brillan extrañamente y la señorita que la visita, y quien ahora la peina delicadamente se apresura para secar con sus suaves manos las lágrimas que han brotado repentinamente, y ruedan por los surcos que forman las arrugas en sus mejillas.
Isabel no sabe cuánto tiempo ha pasado así, sólo mirando hacia ninguna parte, ensimismada, sin proferir palabra alguna, sola allí con sus recuerdos.
Cuando al fin una voz agradable, casi como de niña la saca de su letargo, y le dice: bueno ha llegado la hora de marcharme, otro día regresaré para acompañarte y contarte nuevas historias. Se acerca a su mejilla y la besa, y allí Isabel percibe su agradable perfume, suave, como si proviniera de rosas blancas o lirios, y su larga cabellera ondulada y negra como azabache con olor a almendras revolotea en su cara, y la lleva nuevamente a pensar en su niña, en la que debe haber dejado en alguna parte que ella no alcanza a recordar.
La joven finalmente entrega en las manos de Isabel una muñeca de trapo, con un hermoso vestido azul de llamativos encajes blancos y que al tocarla sale de ella una melodía que para Isabel es un tanto familiar. Y le dice con voz casi entrecortada, tenla, la traje para que te acompañe, así como lo hizo conmigo durante muchos años.
Apenas se retira la visita, viene a su lado una enfermera, con cara amigable y voz compasiva le informa a Isabel, que debe regresarla a su habitación, que al otro día apenas despunte el alba la traerá de nuevo a su lugar preferido.
Y con esa promesa Isabel vuelve a su habitación, donde ya se ha quedado sola, bueno, sola con sus recuerdos y ahora aferrada a la hermosa muñeca de trapo, con vestido azul, encajes blancos y tierna melodía. Con su infancia, con su madre querida, con sus dos niños, con su mirada perdida, con su incertidumbre, pero negada a dejarse arrebatar los pocos recuerdos que esa enfermedad que hoy la aqueja pretende despojarle. Isabel tiene ALZHEIMER.
El alba trae a la pequeña ventana de la alcoba de Isabel, una suave brisa. El nuevo día promete ser soleado y agradable. Isabel ya ataviada con su bata preferida, color salmón y sus largos cabellos grises bien peinados, gracias a la extraña visitante del día anterior, se dispone a salir al jardín. A disfrutar de los tonos verdes más verdes que han visto sus grandes ojos marrones, a sentir el olor a fresco, a flores, a diferentes perfumes que trae delicadamente la brisa.
Isabel está de nuevo sentada en su silla, con su mirada perdida, como siempre, esperando algo o a alguien…
Mientras Isabel acaricia su muñeca de trapo, ve al frente de ella la silueta de un joven un tanto mal encarado, esta allí a su lado, pero no emite palabra alguna. Sólo la observa, como esperando que sea ella quien lo reconozca. Al ver que eso no sucede, al fin decide acercarse, la besa en la mejilla y pone en sus manos un álbum colorido con muchas fotografías. Isabel abre muy grande sus ojos, como para identificar de quienes se trata. Con cierto recelo toma algunas fotos y mira a una mujer hermosa, con cabellos marrones, casi siempre despeinados, casi siempre en el mar, casi siempre con dos niños a su lado, que abraza y parece estar protegiéndolos todo el tiempo. La mujer de la fotografía le resulta definitivamente un tanto familiar, debe haberla visto en alguna parte. Debe tratarse de una vieja amiga, cuyo hijo, este joven simpático, pero mal encarado a la vez que la ha venido a visitar. Isabel le pregunta en un tono de duda: ¿Es ésta tu madre? ¿Cuál es su nombre? ¿De dónde me conocen? ¿Me podrías ayudar con mis recuerdos? Isabel se da cuenta de que el joven se siente triste, tal vez su sarta de preguntas le ha incomodado, y trata de enmendar su error. Le extiende su mano para que él la tome, y una vez entrelazados le dice casi como en un murmullo: no te preocupes, ya vendrá a mi memoria su nombre.
Gracias por venir a visitarme y a traerme estas fotografías que seguro tu madre ha atesorado con cariño. Cuando vuelvas, tráela contigo y así podremos pasar un buen rato juntos. El joven esboza una sonrisa entre tierna y amarga, que Isabel no logra comprender. No obstante, continúa allí, a su lado, sin soltar aún sus manos, arrugadas pero suaves y al despedirse las besa y le hace un gesto de que no se preocupe, que él volverá a visitarla.
Ya cae la tarde, Isabel debe regresar a su habitación, ahora se siente más acompañada que antes, tiene sus recuerdos felices, su muñeca de trapo con el vestido azul y una fotografía de una hermosa mujer, frente al mar, con sus cabellos despeinados y flanqueada a ambos lados por dos hermosos niños. Una de risa fácil y cabellos ondulados y negros como el azabache y el otro, un tanto mal encarado, pero de mirada tierna y profunda.
Isabel tiene ALZHEIMER y a pesar de sus pérdidas de memoria, sus recuerdos más hermosos siguen allí, en alguna parte, revoloteando en su cabeza.
Se siente tranquila, las angustias que alguna vez atormentaron su existencia, hoy han desaparecido, Isabel vive un día a la vez, allí en su silla, frente al horizonte, con su mirada perdida, absorta en sus pensamientos, allí ISABEL ES FELIZ…

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Comienza otro día en aquel apacible lugar, Isabel está parada frente a un espejo grande, del otro lado está una mujer desconocida, con cabellos largos peinados en una trenza, viste pantalón y camisa color champagne y unas botas aterciopeladas marrones, a Isabel le gusta lo que ve. Esa mujer le trae a su memoria a alguien, hace un esfuerzo por desempolvar sus recuerdos, pero no tiene éxito en su tarea. Así que sólo la sigue observando, y descifrando por qué esa mujer hace los mismos gestos que ella, frente al espejo. Aquella figura femenina en el espejo hasta logra sacar una pequeña sonrisa a Isabel. Casi sin darse cuenta, de la presencia de la amable enfermera a su lado, Isabel continúa encerrada en sí misma. No obstante, al despegar la mirada del espejo nota a la bella joven con cabello con olor a chocolate y almendras, y a su lado el mal encarado con mirada casi triste que la visitaron, ella no sabe ya cuándo.
La enfermera le dice a Isabel, hoy saldrás de paseo con estos amigos tuyos, te llevarán a un recorrido por la ciudad y te regresarán aquí en la tarde. Por eso te hemos vestido con tu mejor atuendo, para que luzcas como la mujer hermosa que eres. Ella asiente con la cabeza, y toma su muñeca de trapo con vestido azul, y sonido agradable. Y seguidamente, se dispone a salir de la habitación flanqueada por los dos desconocidos.
El día está lluvioso, el jardín hoy no tiene sus olores característicos. Pero Isabel apenas lo nota, sólo va decidida a seguir el camino que le indican sus visitantes. La muchacha se asegura cariñosamente de que esté bien abrigada, y el joven de mirada profunda, la ayuda a subir al vehículo que le espera en la puerta del lugar apacible. El auto arranca, y pareciera que va volando, que no pisa el suelo. A su paso va dejando árboles mojados, pinos despeinados por la brisa de la tormenta que ya pasó, y personas que saltan los charcos de agua dejados por la lluvia, para pasar de un lado a otro de la acera. Isabel se siente extraña. Hacía mucho tiempo que no veía a otras personas, más que a la enfermera y a sus amigos del lugar apacible con imponente jardín.
Isabel no reconoce las calles de aquella ciudad, hay una plaza con estatuas que permanecen inmóviles ante el bullicio que ha comenzado al terminar la lluvia. Gente de un lado a otro, unos de compras, otros ensimismados en sus teléfonos móviles, simplemente gente atrapada en su día a día, gente que piensa que está viviendo.
El auto se desvía por una zona residencial. Hay grandes casas, cerradas, con muchas puertas y rejas, asemejando casi una prisión. Lentamente entran a uno de los conjuntos de viviendas, y el auto se detiene frente a una pequeña morada, con jardín. Isabel observa que es la única de la cuadra con flores. Con un pino alto, que parece que alguien olvidó podarlo a tiempo, y él se hizo dueño de la casa. Los jóvenes se miran, y murmuran entre sí, pero Isabel no logra descifrar lo que dicen. La joven de grandes ojos negros y cabello ondulado le señala el punto de llegada y le pregunta cariñosamente ¿Quieres bajar? ¿Quieres que tomemos un café juntos en casa de unos amigos que viven aquí? Isabel asiente con la cabeza, y accede a descender del auto, no sin antes tomar su muñeca de trapo con hermoso vestido azul y encajes blancos.

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Ambos jóvenes conducen de la mano a Isabel al interior de la casa, es pequeña, en la sala hay un cuadro grande que exhibe una especie de malecón playero, con cielo azul y mar abierto. Isabel se siente atraída por ese paisaje, se para frente a él y extiende sus dedos trémulos como tratando de tocarlo. Los recuerdos se atropellan en su cabeza, de repente siente como ganas de llorar, y se lleva sus manos a la cara. Inmediatamente, el joven se acerca y la abraza con ternura, y le dice palabras que la calman. Tranquila Isabel, estás en casa, estamos contigo, nada podrá lastimarte. Confía. Sus firmes palabras cumplen su cometido, y rápidamente Isabel recobra la compostura. Todos toman asiento, en aquellos muebles marrones, cómodos, que casi invitan al sueño. Isabel no deja de acariciar su muñeca, y de provocar aquel sonido que parece llevarla a algún momento de su vida que quedó atrapado en su memoria. Y que ella no quiere que se borre jamás. Los muchachos parecen felices de estar allí con ella, conversan entre si, hacen bromas, miran álbumes familiares y parecen de repente volverse niños. Isabel casi puede ver a sus dos amados hijos pequeños, ella de cabello ondulado y risa fácil, él con mirada tierna y cara de enojo. No sabe dónde están, a donde fueron, con quién. Pero sus pensamientos se interrumpen con la voz de la muchacha con manos suaves, que la invitan a pasar a la mesa a disfrutar una suculenta comida que le han preparado.
Se sientan todos a la mesa, el amigo la ayuda a colocarse la servilleta, para que su fina camisa color champagne, no pueda mancharse. Y le acerca los cubiertos, casi tentado a darle él mismo cada bocado. A lo cual Isabel no accede, prefiere demostrar que aún puede valerse por sí sola. Así pasa el día, entre risas, conversaciones para ella sin mucho sentido, y algunas lágrimas que ha visto derramar por las mejillas de sus amigos. A lo cual le sigue un ademán por parte del joven, que le hacen saber a la hermosa señorita que debe evitar que esa tristeza se apodere del momento.

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En la pequeña sala hay un reloj, cuyo tic tac, se maximiza en el oído y en la cabeza de Isabel, él mismo le informa a los jóvenes que es hora de regresar a su amiga al lugar apacible. Suben nuevamente al auto, Isabel intenta escudriñar en las caras de los muchachos el porqué de sus miradas un poco tristes, muestran como un tanto de frustración, parecía que anhelaban algo, que no ocurrió. El viaje de regreso parece haber sido más rápido, y ya están dentro del recinto, los asiduos visitantes se despiden de Isabel, la abrazan afectuosamente y la besan. Y se retiran con la promesa de que volverán.
Isabel siente como que no quiere dejarlos ir, pero no dice nada. Sólo se aferra a su muñeca de trapo con hermoso vestido azul, y a los pocos recuerdos que se niegan a desaparecer de su memoria. Sus dos niños, ella hermosa y risueña, él tierno y protector. Isabel, hoy duerme profundamente y en su cara, la amable enfermera observa algo distinto, una tranquilidad y una paz que para ella es inusual. Isabel se ve feliz a pesar de que tiene ALZHEIMER.
El amanecer en el lugar apacible, hoy fue inesperado, la enfermera amable ha ido a levantar a Isabel, para empezar su rutina, pero la encuentra poco dispuesta a salir de la cama. Isabel le ruega que la deje allí, que no tiene ánimo de ir al patio, que prefiere aguardar un rato más en lo calientito de sus suaves sábanas blancas. Ésta pone su mano sobre la cabeza de Isabel y siente como arde en fiebre, por tanto manda a traer al médico. La enfermera mientras tanto, acerca la silla y se sienta a su lado para hacerle compañía. Isabel se ve diferente, sus ojos están muy abiertos, y le cuenta emocionada que ha visto a su madre, y que ya ella no está triste. Tiene su larga cabellera negra recogida como solía hacerlo cuando joven, ni siquiera se le notan sus canas, y se ve acompañada por otra señora. Que Isabel sabe por sus características físicas que se trata de su querida abuela: lleva una trenza muy muy larga que luego envuelve en un moño y lo sujeta con una preciosa peineta sobre su cabeza. Usa un vestido muy colorido y sonríe amablemente ante la mirada incrédula de Isabel.
La enfermera ante semejante relato decide llamar también a los hijos de Isabel, éstos llegan al lugar casi que de inmediato. Isabel, no se sorprende al verlos allí en su habitación, porque se han hecho parte de su vida cotidiana. Los jóvenes denotan tristeza en sus miradas, y se abrazan a ella como queriendo evitar que se vaya. Y lloran, y dejar aflorar ahora si sus sentimientos más genuinos. Ya no le dicen señora Isabel, ahora le dicen extrañamente mamá. Pero Isabel no se percata de sus palabras, porque está profundamente sumergida en sus propios pensamientos.
En aquella habitación hoy están los seres más queridos de Isabel, está su amada madre, su abuela y hasta le han traído a sus niños. Está aquí su niña risueña, con su cabello ondulado y ojos negros vivaces que la llama mamá y la abraza con afecto. También está su primogénito, mal encarado pero tierno, que no se separa ni de su pequeña hermana ni de ella ni siquiera por un instante. Isabel está feliz, hacía mucho tiempo que no veía a sus seres amados y en este día especial, todos han venido a verla. El médico les pide a todos que abandonen la habitación por unos minutos, mientras evalúa la condición de la paciente.

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Pasado un rato, que se les hizo como una eternidad a los muchachos, la enfermera les dice con voz quejumbrosa a los jóvenes que permanecían abrazados en el pasillo: Lamentablemente Isabel se ha ido, y siento profundamente su pérdida. Y les permite regresar por un momento a la habitación.
Además, les comenta que en días previos, Isabel le encargó entregarles una pequeña caja de regalo con un listón azul y rosa, que contenía algo para sus amigos.En medio del llanto y la tristeza, los jóvenes, aún sentados uno a cada lado de la cama donde se encuentra el cuerpo inerte de su madre, abren la caja. Allí está muy bien ataviada con su hermoso vestido azul y delicado encaje blanco, la muñeca de trapo. Con un escrito que decía: “Para la hermosa señorita que me hizo feliz con su compañía y trajo a mi memoria los mejores recuerdos de mi amada niña”.
También estaba en su interior, el álbum de fotografías, y un pequeño cuento infantil, en cuya portada se podía leer “Mamá Osa”, con su respectiva inscripción: “Para el apuesto hijo de mi amiga, quien me brindó compañía y protección, y lo mejor, me devolvió la presencia y la sonrisa de mi niño”. Y finalmente, muy en el fondo de la pequeña caja, sobresalía una vieja y casi descolorida fotografía de tres mujeres: la abuela, la madre y la hija. Gracias. De su amiga ISABEL.
Editado: @marcosmilano71
Nota: Su publicación se realizó en este espacio por solicitud de la autora; quien además, lo autorizó.
Los invito a visitar mi blog titulado:@marcosmilano71

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