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RAÚL
Para el año de 1989,
ejercía yo como docente de aula en la Escuela Básica "José Leonardo
Chirinos", ubicada en el sector Nueva Cúa, en Cúa, estado Miranda. Durante
casi toda mi carrera, fui muy activo y me encantaban los actos culturales, los
deportes y las excursiones, todo eso con los muchachos. Recuerdo que en una
oportunidad organicé una excursión para una quebrada muy linda, de aguas muy
limpias, ubicada montaña adentro en una región conocida como Buena Vista, donde
también estaba una hacienda enorme con muchos animales, sobre todo ganado
vacuno. Salimos a las 7 de la mañana, íbamos dos representantes y treinta
alumnos con edades oscilantes entre los 12 y quince años, era mi curso, el
sexto grado "B" del turno de la tarde. Nos internamos en la montaña
tupida de frondosos árboles donde se veía y se escuchaba el sonido de las aguas
del río y el canto de los pájaros; de pronto escuchabas un ruido y era algún
animal que caía al río por un barranco. A eso de las diez de la mañana, ya
estábamos en el lugar adonde nos dirigíamos, un hermoso pozo de aguas
cristalinas. En la orilla empezamos a juntar la leña para hacer el fogón y hacer
el sancocho para el cual, todos habían aportado algo: verduras, cebollas, ajo,
sal, olla, montes, etc. Eran aquellos, momentos inolvidables que jamás se
borrarán de mi mente ni de la de mis muchachos: Nos bañábamos, hacíamos juegos
y nos comíamos el delicioso sancocho. A las cinco de la tarde estábamos de
regreso y algo que iba a ocurrir, llenaría de angustia aquella hermosa tarde.
Al llegar al pie de monte, al salir de la montaña, nos esperaba el bus que
contratamos y al pasar la lista, faltaba un alumno:
RAÚL NO ESTABA PRESENTE. Sin ningún problema me devolví monte adentro a buscarlo y no lo encontré. Fui a la escuela donde los padres estaban esperando a los muchachos, los dejé y sin decir nada, fui a buscar al padre de Raúl y le expliqué lo ocurrido; el hombre era mi amigo y se regresó a la montaña conmigo y dos alumnos de los más grandes (15 años cada uno) a buscar a su hijo; lo buscamos desde las siete de la noche hasta las dos de la mañana con linternas y antorchas y no lo encontramos. Nos fuimos a casa y al siguiente día solicitamos la ayuda de los bomberos quienes enviaron a dos hombres con equipo a buscar al muchacho; un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando escuché a uno de ellos decirle al otro en voz baja, que lo más probable es que el chico estuviera muerto, ahogado en el río. A las siete am, fuimos a buscar al muchacho. Después de buscar por más de tres horas, en la montaña y en el río y no encontrar nada, concluí que el chico debía estar muerto. Entonces pensé irme al pueblo y buscar un abogado porque estaba seguro que me iban a acusar. En momentos como ese, ningún padre entiende y siente la necesidad de buscar un culpable. Cuando iba saliendo de la montaña, un motorizado me alcanzó y me dijo que el muchacho había aparecido, que estaba en su casa. Cuando lo vi y me dio las explicaciones estúpidas del por qué y cómo se perdió, sentí deseos de golpearlo, pero lo que hice fue abrazarlo junto con su padre. Todo se resolvió. Hoy Raúl tiene esposa y tres hijos y 42 años de edad. Siempre que me ve, me pregunta cuando haremos otra excursión y nos abrazamos. Como añoro aquellos tiempos. Mis alumnos siempre fueron y serán mis amigos; siempre me vieron y me consideraban su segundo padre y me contaban cosas que ni sus padres sabían. Cumplí con mi labor y me siento orgulloso de ello.
RAÚL NO ESTABA PRESENTE. Sin ningún problema me devolví monte adentro a buscarlo y no lo encontré. Fui a la escuela donde los padres estaban esperando a los muchachos, los dejé y sin decir nada, fui a buscar al padre de Raúl y le expliqué lo ocurrido; el hombre era mi amigo y se regresó a la montaña conmigo y dos alumnos de los más grandes (15 años cada uno) a buscar a su hijo; lo buscamos desde las siete de la noche hasta las dos de la mañana con linternas y antorchas y no lo encontramos. Nos fuimos a casa y al siguiente día solicitamos la ayuda de los bomberos quienes enviaron a dos hombres con equipo a buscar al muchacho; un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando escuché a uno de ellos decirle al otro en voz baja, que lo más probable es que el chico estuviera muerto, ahogado en el río. A las siete am, fuimos a buscar al muchacho. Después de buscar por más de tres horas, en la montaña y en el río y no encontrar nada, concluí que el chico debía estar muerto. Entonces pensé irme al pueblo y buscar un abogado porque estaba seguro que me iban a acusar. En momentos como ese, ningún padre entiende y siente la necesidad de buscar un culpable. Cuando iba saliendo de la montaña, un motorizado me alcanzó y me dijo que el muchacho había aparecido, que estaba en su casa. Cuando lo vi y me dio las explicaciones estúpidas del por qué y cómo se perdió, sentí deseos de golpearlo, pero lo que hice fue abrazarlo junto con su padre. Todo se resolvió. Hoy Raúl tiene esposa y tres hijos y 42 años de edad. Siempre que me ve, me pregunta cuando haremos otra excursión y nos abrazamos. Como añoro aquellos tiempos. Mis alumnos siempre fueron y serán mis amigos; siempre me vieron y me consideraban su segundo padre y me contaban cosas que ni sus padres sabían. Cumplí con mi labor y me siento orgulloso de ello.
Autor: Rafael Gonzále
Autorizada su
publicación
Publicado: miércoles
24 de agosto de 2016
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