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AMORES QUE NO SE OLVIDAN
Por allá por el año 1973, conocí a Rufino, hombre bien portado, amable, siempre sonriente y amante de la guitarra, la cual tocaba muy bien. Nos reuníamos por las tardes a tocar y cantar aquellas canciones de los Beatles y otras chatarritas como, como “Cha la la te necesito”, “Escaleras al cielo” y otras. En una de esas reuniones conocimos a una chica que no digamos que era bonita, sino que no era fea, pero con las mismas características de Rufino; a primera vista se enamoraron y a los tres o cuatro años se casaron, el de 26 años y ella de 24. Tuvieron tres hijos, dos varones y una hembra; era uno de esos padres A1, excelente, trabajador incansable, pero era muy celoso. Llegó el tiempo en el cual ya el sueldo de Rufino no era suficiente y Eva (Así se llamaba la esposa) tuvo que salir a trabajar; a él no le gustaba mucho la idea, pero el dinero hacia falta y no se opuso. Ella consiguió trabajo como secretaria en una empresa cercana y desde el primer día, cuando el jefe de Eva le dio la colita hasta su casa, empezaron los problemas, los cuales fueron arreciando, porque los celos, son una especie de demonio, que te hacen ver e imaginar situaciones hasta cierto punto peligrosas. Cinco años pasaron que fueron una pesadilla para Rufino, se le veía nervioso, desesperado. Una tarde que vio al jefe traer a su esposa y se despidieron con un beso, fue lo último que soportó, se atrevió a levantarle la mano, la insultó y le dijo que no la quería más en su casa, por lo que Eva recogió sus cosas y se fue, dejándolo con sus tres hijos quienes ya tenían 17, 15 y 13 años, y por considerar que su madre había hecho mal, se quedaron con su papá. Todos
-Yo
soy el marido de Eva Rufino, ella murió hace una semana y antes de
morir, me pidió que le entregara este sobre- y después de algunas
otras cosas que hablaron, el hombre se marchó.
Rufino
leyó aquella carta, la última de Eva:
“Hola
Rufo, cuando leas esta carta, ya no estaré en este mundo. Me
arrepiento de haberme comportado como tú no querías y aunque nunca
hice nada malo, hubiera sido preferible quedarme contigo, porque
nunca dejé de pensar en ti, ni de amarte. Te juro que jamás te
engañé ni con mi jefe ni con ningún otro hombre, pues tú no
merecías eso; tus celos y mi orgullo acabaron con nuestro hogar. Me
fui a vivir con el hombre que te entregó la carta, cuatro años
después que me fui de la casa; lo hice para no estar sola y para
tratar de olvidarte, pero ambas cosas fueron imposibles. Diles a mis
hijos que me perdonen. Adiós Rufo. Nunca dejé de amarte”.
Rufino
les mostró la carta a sus hijos y todos lloraron juntos. Por las
tardes, Rufino se sienta en su vieja silla de cuero con su guitarra,
pero ya no la toca, ya no canta, ya no habla sino lo imprescindible y
por lo general, dos lágrimas bajan por sus mejillas. La brisa de la
noche le trae la risa, el recuerdo y el perfume de Eva y si ve una
estrella fugaz, tal vez pida el deseo de reunirse pronto con ella, no
importa donde esté.
Como
ya terminó de leer la historia, ahora vaya al ser amado, bésele y
dígale que le ama, dele un beso y si está disgustada (o) con él
(ella), dele dos. Y esta noche, péguese más en la cama y no le
niegue nada.
Rafael González.-
Autor: Rafael González.
Autorizada su publicación.
Publicado: miércoles 17 de agosto de 2016.
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