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domingo, 14 de agosto de 2016

LA ULTIMA CENA.



Autor: Rafael González                                                                                                        

Era domingo, y Mariana, como todos los domingo a las seis de la tarde, esperaba a su esposo para salir a cenar. Tenían seis meses de casados y ya era una costumbre esa salida; Daniel era de mediana estatura, joven, apuesto y soñador, era su gran amor, estaba tan enamorada, que cada vez que lo veía, era como la primera cita. El sentía lo mismo por su esposa, era la mujer más atractiva que había conocido y a todos sus amigos les hablaba de ella. Poco a poco fueron transcurriendo los minutos, se hicieron las siete y Daniel no venía; le había dicho a Mariana que iba donde su mamá a llevarle unas cosas y que regresaría a la hora de siempre para ir a cenar. A las siete y treinta llegó Daniel y encontró a Mariana, que ya se había cambiado de vestido, recostada en la cama, con cara de pocos amigos. -¿Dónde estabas Dani, que pasó, se te olvidó que teníamos que salir?
-No mi amor, por supuesto que no, lo que pasó fue que en casa de mi mamá estaban mis tíos que llegaron de Valencia y se me pasó un poco el tiempo hablando con ellos, pero olvidarme de ti, jamás, cómo podría. Anda vístete y vamos a cenar que tengo hambre y aún hay tiempo. Anda mi amor, vamos. A Daniel le costó convencer a Mariana, quien a la final se cambió y salieron; Mariana no le habló en todo el trayecto que caminaron. En realidad el sitio donde comían no estaba sino a unas cuatro o cinco cuadras y por lo general caminaban. 
-¿Mi reina como que está bravita conmigo?, anda mi vida, cambia esa cara, ven déjame darte un beso. Mariana apartó la cara bruscamente:

-Déjame, ya sabes que no me gustan tus amapuches en la calle, ¿cómo se te va a pasar el tiempo sin darte cuenta sabiendo que te estoy esperando chico? ¡Que irresponsabilidad! -Pero bueno mi amor, ya, dejémoslo así, lo importante es que estamos juntos. No obstante las adulancias y humildad de Daniel, Mariana siguió callada y cuando hablaba era para reprochar. Llegaron al restaurante y comieron como todos los domingos. Un hombre se acercó a la mesa a vender rosas y Daniel compró la más hermosa para Mariana, quien la tomó sin decir nada y la colocó en la mesa. Daniel la miró con honda tristeza y le dijo: -Mira mi vida, deja la malcriadez. Las personas que se aman no deben estar enojadas, tan sólo deben amarse y nada más. Cancelaron su cuenta y partieron a casa. No habían caminado una cuadra, cuando un vehículo desembocó bruscamente en una esquina y embistió contra la pareja; Daniel empujó a Mariana hacia un jardín, pero no pudo evitar que el auto lo arrollara aparatosamente, matándolo de manera instantánea. En el funeral de Daniel, Mariana se acercó a su ataúd; en sus manos llevaba la rosa que él le había regalado la noche anterior en el restaurante y comentó entre llanto: -Adiós mi amor, perdóname por haberte negado aquel último beso y por no hacerte feliz los últimos minutos que pasamos juntos. Toma, te regalo esta rosa que me regalaste, llévatela así como te llevas mi vida toda. Te amo. Siempre te amaré. Han pasado dos años y Mariana aún sigue sola; vive en la misma casa y de vez en cuando va al restaurante a cenar. Lo hace en la misma mesa donde lo hacía con Daniel. Cada vez que va, compra una rosa roja y recuerda las palabras de su esposo: “las personas que se aman no deben estar enojadas, tan solo deben amarse y nada más” Sabias las palabras del señor: “Que no se ponga el sol sin que no te hayas arreglado con tu hermano”. ¿Acaso sabemos lo que ocurrirá los próximos minutos?

Autorizada su publicación.
Publicado: Domingo 14 de agosto de 2016



1 comentario:

  1. Hermosaa..! historia me encanto, una persona simpre tiene que valorar a su pareja.

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