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lunes, 1 de agosto de 2016

MIS AMIGOS PORTUGUESES


Iniciando la década de los ochenta, no recuerdo exactamente el año, pudo ser 1980, 1981 o 1982... la verdad no logro recordar, lo cierto es que era día domingo antes del medio día, regresaba de la misa dominical a mi casa, en compañía de un amigo, por cierto dos años mayor que yo, veníamos apurados, tampoco recuerdo el porqué de la premura... cuando llegamos a la esquina de la Funeraria Santa Ana, frente a la Clínica Veneranda, en toda la esquina existía un comercio, el cual, antes de esa época, era atendido por un Sr. de apellido Moreno, padre de una excelente familia guatireña, familia amiga de este servidor... en ese momento el negocio estaba atendido por una pareja de portugueses, creo que el Sr. Se llamaba José (bueno la verdad es que la mayoría de los caballeros lusitanos llevan ese nombre) allí vendían refrescos, confitería entre otras cosas... al pasar por esa bodega yo no me detuve por la premura pero el amigo que me acompañaba si lo hizo, me extrañé y al preguntarle me hizo un gesto con la mano y me dijo sigue, sigue, yo no le presté mucha atención y continué caminando, creo que me imaginé que iba a comprar algo y no quería compartir conmigo, de repente veo que viene a veloz carrera detrás de mí, corre, corre me dijo antes de llegar a mi lado, al ver la cara del muchacho corrí asustado sin saber porqué, corrimos tan rápido que en cuestiones de segundos estábamos en el Jabillo, cuando por fin detuvimos la carrera, exhausto y todavía asustado, le pregunté: ¿qué pasó?, de inmediato sacó una bolsa de chucherías que traía debajo de su franela y me dijo: “es que le eché un carro a la portuguesa”, hasta ese momento yo no sabía lo que esa frase significaba. “Echar carro”, es sinónimo de holgazanería, esta expresión se usa, generalmente, cuando una persona no está haciendo nada. Pero la connotación que el joven le dio a la frase, “le eché un carro a la portuguesa” era otra, sencillamente hurtó, no pagó lo que le despacharon, se escapó corriendo y no canceló....
Diosssssssss, cuando yo me enteré lo que había hecho me sentí muy mal, sin querer fui cómplice de aquella acción repugnante y pecaminosa... él se molestó conmigo porque no acepté nada de lo que había hurtado, por más que me ofreció no agarré nada... lo cierto fue que él se quedó en la antigua cancha de el barrio el Jabillo y yo continué mi camino aún más asustado, pasé por mi casa y no entré, continué mi marcha, regresé por el estadio Miguel Lorenzo García, bajé por la calle Galíndez, crucé en la esquina del Liceo Juan José Abreu, y seguí por la calle Concepción hasta llegar al negocio, entré y allí estaba la señora y el señor comentando lo ocurrido, yo los saludé y les confesé que había sido, sin querer, cómplice de aquel muchacho, esgrimí con detalle mi defensa y les pedí disculpas, además, les cancelé lo que mi examigo les había hurtado... ellos me escucharon atentamente, recibieron el pago, el Sr. Me dijo que si ese “bandido” volvía lo iba a joder... lo cierto fue que a partir de ese momento me hice amigo de ellos, perdí un amigo y gané dos. Ahhhh le conté a mi mamá, ella se asustó por temor a que el muchacho me fuera a hacer daño pero yo le dije que él no sabía lo que yo había hecho luego que cometió esa abominable falta... ahhh, por cierto, al día siguiente me confesé, yo iba a la Iglesia todos los día, la vía para llegar de mi casa al Templo era precisamente la calle Concepción, en pocas palabras pasaba frente a ese negocio diariamente y cada vez que lo hacía entraba a saludar a mis amigos portugueses.

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