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LA ÚLTIMA LECCIÓN
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Estudie
mi primaria (Así le llamaban cuando yo empecé asistir a la escuela
en 1960) vi cambiar tres veces al Director. Pero esos cambios no eran
por razones políticas, sino porque el Director renunciaba para
trabajar más cerca de su casa, o por cualquier otra razón, pero
nunca era por no ser del partido de gobierno. El director que estaba
cuando llegué, se retiró y colocaron en su lugar a una docente
llamada AIDA MENDEZ DE PLAS. Debo confesarles que desde esa corta
edad que tenía hasta ahorita, no he conocido una mujer tan educada,
tan decente, culta y con tanta autoridad moral y laboral como esa
dama. Jamás nadie habló mal de la Señora Aida, como solíamos
llamarla, como se expresan de algunos directores hoy. El respeto por
esa señora era incomparable. Cuando quería llamar a un alumno para
llamarle la atención o para comentarle algo, desde lejos aplaudía
dos veces: ¡clap, clap! y uno se paraba en seco, sabíamos que era
la Directora. Cuando salí de sexto grado, ella aún dirigía la
escuela, pero mucho tiempo después salió. En mi pueblo, doscientos
metros antes de llegar a la plaza Bolívar, hay dos aceras como de un
metro de altura a ambos lados de la calle principal que todos
conocemos como la acera alta. En una oportunidad, teniendo yo unos
cuarenta años de edad, iba caminando por una de esas aceras y como a
treinta metros al frente, reconocí la figura de la señora Aida
quien venía con una niña como de nueve años (me imagino que sería
una de sus nietas) y me pegué de la pared para cederle el paso; me
miró y me dijo: "Hola señor González, ¿cómo está usted?",
Me sorprendió que después de tanto tiempo me llamara por mi
apellido y me erizó que me dijera señor, quien hasta hace poco me
halaba las orejas y me daba mis buenos regaños. No había caminado
veinte metros, cuando escuché dos aplausos: ¡clap, clap!; me detuve
como tocado por un rayo, sabía que era conmigo y que mi ex maestra
me quería decir algo; regresé y con las manos atrás, como ella
ordenaba en la escuela, le pregunté qué deseaba; con una voz dulce
propia de la ancianidad, me dijo:
-González,
cuando se le vuelva a presentar la oportunidad de cederle el paso a
una dama en esta acera o en cualquier otra, no se pegue usted a la
pared, ese lugar le corresponde a la dama, por allí debe pasar ella,
a usted le corresponde correrse a la otra orilla.
-Muy
bien maestra, muchísimas gracias -fue mi respuesta.
Ahora
cuando me toca hacer lo mismo, no me pego a la pared sino que me
arrimo hacia el lado contrario. La señora Aida ya no existe
físicamente, pero aún vive, pues nadie muere mientras haya alguien
que le recuerde. De allí vengo, de ese tipo de docentes, así fui
formado y no puede ser casualidad que la gran mayoría (siempre hay
ovejas negras) de quienes provenimos de docentes así, seamos o
tratemos de ser como ellos. No se puede negar la fuerte influencia
que ejercemos los docentes a nuestros muchachos; si usted se comporta
como una persona ejemplar a quien todos respetan, no por ganar más,
no por vivir en una gran casa, no por tener un carro lujoso, sino por
su conducta ejemplar, todos sus alumnos querrán ser como usted, su
nombre se escuchará de generación en generación: ASI NACEN LOS
INMORTALES, pues nadie recuerda a otro por sus bienes materiales sino
por la huella que dejó, sin dejar de tomar en cuenta que como
humanos y por vivir en un mundo tan contaminado de maldad y malas
intenciones, a veces cometemos nuestros errores. Dios la bendiga
maestra, donde quiera que El Creador la haya puesto, que no debe ser
otro lugar que en un pedazo de ese inmenso cielo azul que veo día
tras día. Quiero ser recordado como muchísimas personas y yo la
recordamos: La mujer ejemplar, decente, poderosa por su educación e
invencible por su cultura. Para mí fue todo un honor recibir su
"Ultima lección"
Rafael
González.
Autor; Rafael González.
Autorizada su publicación.
Publicado: miércoles 24 de agosto de 2016.
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