en la ciudad suicida.
Los niños ya no iluminan,
no caminan las mujeres por las vías.
Se va cayendo el cielo,
se elevan las llamas del infierno,
plañen las aves
memorias de armas de hielo
y de hombres ciegos
que se escondían en pelotones de fusilamiento.
Susurran los ríos
cuentos de viejos,
de madres que saltaban de barrancos
huyendo de hogares hambrientos.
Se escucha el grito de los vientos,
tratando de advertir a los pobres
que el latón se puede abollar si llueve muy fuerte.
Y la tormenta no cesa,
y los pobres no escuchan:
les han pintado en las ventanas
una pradera de sol platinado,
oyen una música de versos oscuros
que ellos sienten muy claros.
¿Y quién le va a decir a los soldados
que no se ganan las guerras no declaradas?
¿Y quién le va a decir a las viudas
que mueren sus hijos por defender
una tierra sin hadas?
¿Y quién le va a decir a los jóvenes
que no hay esperanza para los que se matan?
¿Y quién le va a decir a la ciudad
que sus impulsos se curan confiando en la nada?
A veces desaparecen los historiadores,
espantados por las encrucijadas de los que mandan.
Entonces sólo quedan los poetas,
dispuestos a tomar de bala una palabra,
rezando en silencio
porque la ciudad jamás les dé el arma.
Guatire, 23 de mayo de 2016
Aporte del blog de Danny Funtes: http://palabrasdeapolo.blogspot.com/
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