Todavía recuerdo ese impactante momento.
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Mi mamá criaba gallinas, patos y hasta palomas en el corral de nuestra casa. Los domingos no faltaba la sopa de pollo, res, pescado o mondongo, proteínas o productos cárnicos que ella compraba en el supermercado; sin embargo, cuando a ella se le antojaba el tradicional sancocho de gallina, se dirigía al corral, agarraba una, le torcía el pescuezo, la dejaba caer y mientras el ave pataleaba y aleteaba hasta morir, una olla de agua hirviendo estaba en plena ebullición sobre la cocina. Cuando la gallina quedaba inerte, la agarraba y la metía unos minutos en esa olla, luego la desplumaba, la degollaba, le cortaba las patas y la iba limpiando, al final de todo aquello la preparaba y al estar listo el sancocho me daba mi buen plato. Para mi todo eso era contradictorio con las enseñanzas de respeto y amor que debíamos profesar a los animales. Ella, en su defensa y para justificar la acción, decía que mientras sea para comer, no era pecado matar y preparar a un animal, el pecado estaba en matar por matar.
Uno de esos domingos de sancocho, mi mamá me ordenó que le trajera una gallina del corral, yo obedecí y comencé a corretear por todo el patio detrás de la gallina elegida, pero no pude agarrarla; cansado de tanto correr, decidí ir a buscar una china o resortera, agarré una piedra y me armé, regresé al patio, pero cuando la gallina me vió, voló y se montó en la pared, la apunté y en el preciso momento que solté la piedra, la gallina voltió a verme, ¡susto! esa impresión quedó en mi mente. En el mismo momento que la gallina me vió la impacté en la cabeza, la maté en seco, la agarré y se la llevé a mi mamá, cuando ella vió que la gallina estaba muerta me regañó por lo que había hecho.
Esa terrible experiencia me impactó; al punto que, varias veces soñé con la gallina. Fue una pesadilla recurrente.
Autor:@marcosmilano71
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